OPINIÓN

Néstor, el presidente inesperado de una democracia plebeya

Por: Oscar R. González* 
Imagen: Redes de Cristina Fernández de Kirchner

“Fue ese itinerario apasionante, no sólo como individuo sino encarnando las aspiraciones postergadas de millones, lo que nos deslumbró y condujo a una verdadera conversión sin cambio de fe, habilitados por ese audaz llamado a “dejar de ser políticamente correctos, ser transgresores y exigir del gobierno cada vez más”. Ello nos decidió a abandonar clichés y converger en esa construcción colectiva por una nueva hegemonía política plural, para remplazar el viejo orden del privilegio y darle la bienvenida a una democracia verdadera, plebeya, inclusiva, con plena participación popular”.

Cuando Néstor llegó desde el sur profundo para proponernos un sueño, ese 25 de mayo de 2003, lo recibimos con perplejidad y escepticismo. En una banca en la Cámara de Diputados de la Nación, cerca de la culminación de nuestro mandato, no albergábamos expectativa alguna en el mensaje inaugural de ese político prácticamente desconocido cuyos dichos, expresados un poco atropelladamente, seguíamos a través de una versión escrita que nos habían adelantado al comenzar esa sesión inaugural.

Mientras discurría una enumeración inobjetable de propósitos que en teoría compartíamos –se convocaba al “cambio de paradigmas” y se condenaba la “cirugía sin anestesia” de la economía neoliberal- sentíamos que esa proclama no nos interpelaba: vivíamos aún bajo la sombría realidad de una crisis muy vigente, que abrumaba. Los pocos representantes socialistas en aquella ceremonia, nos limitábamos a cruzar miradas escépticas. Estábamos, para peor, anímicamente afectados porque en esos precisos momentos agonizaba a pocas cuadras del Congreso nuestro querido dirigente Alfredo Bravo, que falleciera horas después.

Así, sin épica alguna, con cierta displicencia frente a las propuestas que coincidían con nuestras convicciones más generales pero que juzgábamos inverosímiles, fue como recibimos el mensaje de alguien que, presumíamos, no tendría la decisión de abrir un nuevo ciclo político en la Argentina ni favorecer un orden social alternativo al de las élites partidarias de las leyes del mercado y el ajuste impiadoso.

No había optimismo frente a un nuevo gobierno que arribaba con la módica artillería cívica de un  magro 22 por ciento de apoyo electoral para gestionar una economía desmadejada, administrar una sociedad en vías de desintegrarse y enfrentar una opinión pública descreída. Todo ello desde la  fragilidad inicial y la animadversión de los grandes poderes fácticos.

Para contribuir aún más al desaliento, el mundo no ayudaba: el mercado global avanzaba subordinando a los Estados nacionales y el universo unipolar lo colonizaba todo. Ya era historia pasada aquél otro orbe que permitía algún margen para imaginar procesos políticos transformadores de las relaciones sociales. Mucho menos perduraba la ilusión de que retornaran aquellas epopeyas liberadoras a la que éramos tan afectos los partidarios de la izquierda, sea radical o democrática, en cualquier parte.

A partir de esa situación política, y emocional, comenzamos a analizar el sesgo de la nueva administración, aferrados a la severa perspectiva del “análisis concreto de las situaciones concretas”. Esa concepción  nos fue guiando en los procelosos momentos posteriores al ascenso de ese presidente enigmático cuya actuación comenzamos a cotejar con nuestra habitual colección de ideales y programas.

En poco tiempo se evidenciaron, para nuestra sorpresa, los signos de un nuevo modelo, de límites inicialmente imprecisos, pero en la dirección de unas políticas públicas que habíamos propiciado por largos años. Paradigma que incluía los valores tradicionales de los que éramos fieles herederos por nuestros ancestros iluministas -libertad e igualdad-, pero también  aquéllos en los que nuestra tradición socialista local había sido pionera: legislación laboral, educación popular, vocación latinoamericanista, vigencia de los derechos humanos.

Somero inventario de esa novedosa reconfiguración, el pedido de perdón estatal por el genocidio de los 70, en la ESMA; el descuelgue de los ominosos retratos de Videla y Bignone, en el Colegio Militar de la Nación; la defensa irrestricta de las negociaciones paritarias de los trabajadores; la vigencia plena de la libertad de expresión; la emancipación respecto de los organismos internacionales de crédito;  el fortalecimiento y expansión de las instancias de autonomía nacional e integración regional con Mercosur y Unasur; la solidaridad expresada en los planes de contención social; el aumento del presupuesto educativo, todas esas medidas calzaban como un guante en el perfil programático que el socialismo defendía. Y se compadecía con su sensibilidad política.

Ese camino que abrió Néstor Kirchner –y consolidó Cristina-  es el que permitió desvanecer malentendidos incrustados en los pliegues de la convulsionada historia nacional, consolidar afinidades, dinamitar antiguos fetichismos, construir confianzas entre tradiciones y recorridos distintos, más allá de matices ideológicos de los que nadie fue obligado a desertar.

Fue ese itinerario apasionante de Néstor, no sólo como individuo sino encarnando las aspiraciones postergadas de millones, lo que nos deslumbró y condujo a una verdadera conversión sin cambio de fe, habilitados por ese audaz llamado a “dejar de ser políticamente correctos, ser transgresores y exigir del gobierno cada vez más”. Ello nos decidió a abandonar clichés y converger en esa construcción colectiva por una nueva hegemonía política plural, para remplazar el viejo orden del privilegio y darle la bienvenida a una democracia verdadera, plebeya, inclusiva, con plena participación popular.

Por eso al evocar a Néstor, diez años después de su partida, resuena como un eco aquella afirmación que inicialmente no comprendimos en toda su dimensión. Cuando dijo que “se necesita mucho trabajo y esfuerzo plural, diverso y transversal a los alineamientos partidarios, para reconciliar a la política, a las instituciones y al gobierno con la sociedad”.

*Abogado y Editor. Fue diputado nacional por el Socialismo y Secretario de Relaciones Parlamentarias entre 2008 y 2015.

Las opiniones expresadas en esta nota son responsabilidad exclusiva del autor y no representan necesariamente la posición de Broquel.

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