OPINIÓNTAPA

Estado y Neo-liberalismo

Por: David E. Kronzonas
Imagen: Plataformas, Dalila Puzzovio, 1968, Museo Nacional de Bellas Artes

El neoliberalismo es un sistema que fracasa huyendo hacia adelante. Para ello, habrían de convencer de que la solución venía de la mano de los mismos que habían generado el problema. La opción frente a las crisis recurrentes fue una mezcla de ahondamiento neoliberal –concentración en la banca tradicional, reforzamiento del FMI, confianza en que el mercado por sí sólo se encargaría de reubicar las buenos y malos activos financieros, políticas de austeridad y privatizaciones- y de un falso regreso a la edad de oro de la regulación estatal. El neoliberalismo ha sido un proyecto de clase travestido de una retórica de libertad individual, libre albedrío, responsabilidad personal, privatización y libre mercado; con la pretensión de ser un sentido común tan sólo posibilitado por la apatía política y el adoctrinamiento mediático.

Dice la termodinámica: “Todo lo interesante en la vida sucede lejos del equilibrio”. Jorge Reichmann.

I.-

El Estado –que no es cosa, ni es instrumento- es una relación social descompensada; ya que su sola presencia resultará enorme y es precisamente allí donde residirá su fascinación. El poder también lo es. Ambos dependerán de la respuesta de los otros. En consecuencia, tanto el Estado como el poder no funcionarán como un absoluto. El Estado persistentemente dialogará con otras realidades: con la economía, con el pueblo, con otros Estados. Una definición relacional de la sociedad la entenderá como un conjunto de interacciones económicas, normativas y culturales que responden a su propia lógica pero también a las relaciones entre ellos y que igualmente estará sujeta a diversas tensiones entre los individuos y el grupo, entre la herencia del pasado y las reformulaciones del presente y finalmente, entre el propio grupo y otros grupos (del ámbito internacional). El Estado –como condensación de lo que ocurre en la sociedad- por su impulso o por su freno, por lo que posibilita o por lo que impide no estará ajeno ni al desarrollo del capitalismo (1), ni al avance de la Modernidad (2). Los cambios que se observan en el mundo ya sea la globalización, la impotencia del neoliberalismo, la crisis de los partidos, la despolitización, el crecimiento de las desigualdades, el gobierno de los millonarios -ahora circunstancialmente demodé-, los medios como la verdadera oposición a todo aquello que se salga del libreto único, el surgimiento de las redes sociales, la amenaza medioambiental, la privatización de los medios tradicionales de vida, la individualización, la fragmentación y desagregación social, el desempleo y la precarización, la pandemia, la soledad, la violencia, el desarrollo tecnológico o las demandas igualitarias y de género presentarán un marco donde la discusión acerca de la política sigue siendo -y a pesar de todo- un diálogo con el Estado.

No hay última instancia en las relaciones de poder siempre se tratará de algo histórico, diferencial, relacional y contingente. No hay última instancia (A. Gramsci) en las relaciones sociales, pues lo social es un hecho contingente. Gozará el Estado de “auctoritas” y de “potestas” como cualidades del poder que necesitan ser siempre reconocidas por otro. Es quizás el Estado la máquina más perfecta de construir obediencia (3). Su mayor fuerza no residirá en la violencia sino en la idea compartida de que el Estado está ahí para representar una voluntad colectiva; para que las cosas cambien, o simplemente permanezcan en el lugar en el cual están. Habrá que reconstruir una teoría crítica (4) del Estado que nos ayude a entender: que lo que existe no agota las posibilidades de la existencia. Todos los que quieran salirse de la indolencia y la parálisis deberán sin duda atreverse a escribir nuevos caminos sobre los viejos mapas ya existentes. Las mismas preguntas están en el pasado pero tan sólo en el presente se hallarán las respuestas. Hasta la revolución francesa, todas las utopías fueron estatistas. El Estado sigue siendo el destinatario último al que se le pide que resuelva los conflictos económicos, sociales y políticos. Los Estados funcionan desde ideas abstractas; los gobiernos, con resultados prácticos. No hay que olvidar que los Estados siempre estarán allí. El Estado ha sido preso de amores y de odios. Reverenciado o execrado, hijo del cielo y del infierno; lugar de la máxima eticidad o una fría máquina de triturar personas. Descripto como una caja de hierro sin alma (M. Weber), un castillo lejano y represivo (F. Kafka); o el mejor de todos los actores. Ha recibido toda gama de intenciones –desde un alma horrible (El Leviatán), o cargada de promesas éticas (F. Hegel)-; o los aquellos que han asumido su existencia quizás sin mayores cuestionamientos.

De cada crisis, el capitalismo ha salido con un nuevo modelo de desarrollo al que le corresponderá un nuevo modelo de Estado; y un tipo particular de hegemonía mundial. El capitalismo ejerce su dominio gracias a su condición compleja, flexible, descentralizada y anárquica -rasgos que no dejan de ser los del mercado- en que la dualidad de los precios –que actúan como estímulo al aprendizaje y como mecanismo flexible para asignar capital a las diversas actividades económicas- ha logrado convertirse en el gran superviviente donde lo hegemónico no ha coincido con los valores de la emancipación. El capitalismo sólo sobrevive si cambia y triunfará al trasladar su lógica a casi todos los espacios de la vida social. Son las formas –desarrollismo, militarismo, neoimperialismo- las que varían; no se modificará el modo de producción. Hay que asumir la vinculación de lo económico en lo social y el peso de lo material en cualquier orden político. Esa relación va a determinar la forma política. Ganar las elecciones no significará ganar el poder; aún menos, ni superar, ni sustituir al capitalismo.

Hay sí una constante en éste último: la de socializar las pérdidas necesarias de un sistema con tendencias estructurales a las crisis y de preparar el camino para la próxima privatización de las ganancias. El modelo liberal se sostuvo sobre el librecambio, el colonialismo, el patrón oro, del predominio británico. El modelo social keynesiano se construyó en las instituciones de Bretton Woods –cuyo elemento central fue la consolidación del dólar como gestor de la política económica mundial ya que controlaba los dos tercios de las reservas mundiales de oro-, las integraciones regionales y la hegemonía bipolar de la Guerra Fría: El neoliberalismo (5) rompió los corsés nacionales, entregó parte de la estatalidad a organismos internacionales convertidos en aparatos de maximización de las ganancias siempre del Norte (FMI, BM, y OMC) y estableció el papel de los Estados Unidos como gendarme mundial único. El mundo actual -roto y desordenado- muestra una carrera en pos de la reconstrucción de sus fragmentos. Tan sólo dependiendo de la correlación de fuerzas –nacional e internacional- el resultado puede inclinarse por una amplia gama de posibilidades: la puesta en marcha de un proceso moderado de redistribución de la renta; nuevas aventuras imperiales; un refuerzo del autoritarismo -ya que neoliberalismo y autoritarismo son perfectamente compatibles-; la institucionalización del privilegio a sectores con poder financiero, militar o empresarial o como escenario plausible, la reinvención democrática de la organización social y económica.

El neoliberalismo es un sistema que fracasa huyendo hacia adelante. Para ello, habrían de convencer de que la solución venía de la mano de los mismos que habían generado el problema. La opción frente a las crisis recurrentes fue una mezcla de ahondamiento neoliberal –concentración en la banca tradicional, reforzamiento del FMI, confianza en que el mercado por sí sólo se encargaría de reubicar las buenos y malos activos financieros, políticas de austeridad y privatizaciones- y de un falso regreso a la edad de oro de la regulación estatal. El neoliberalismo ha sido un proyecto de clase travestido de una retórica de libertad individual, libre albedrío, responsabilidad personal, privatización y libre mercado; con la pretensión de ser un sentido común (6) tan sólo posibilitado por la apatía política y el adoctrinamiento mediático. Las necesidades del capitalismo demuestran una vez más su incompatibilidad con la democracia. Cuando el Estado se emancipa de la sociedad y se pone al servicio de los intereses particulares – de un grupo, clase o facción-; es allí donde la legitimidad finalmente se pierde. Su resultado se mide por doquier en el crecimiento de las desigualdades y la precariedad, factores que sólo agravan la crisis económica, debilitan el mundo del trabajo, fragmentando el conflicto, inoculando miedo a su población, facilitando la radicalización de un conjunto de medidas a aplicar y dando lugar al surgimiento de una derecha extremista que se presenta en el escenario mundial y local balbuceando poseer las respuestas.

El capitalismo dejado a su propia lógica genera su propia destrucción en medio de una amplia socialización del dolor. Sólo necesitó exceder el ámbito nacional para mantener su tasa de utilidad; al tiempo que convertía al dinero en la más rentable de las mercancías. La actividad que genera más dinero no siempre es la acción más eficiente en términos sociales. La lógica cortoplacista del capital no repara ni en empatías, ni en futuros. En la fase de descenso del ciclo económico en los años ´70 con una crisis de sobreproducción, desempleo y un empobrecimiento per-cápita generalizado (crecimiento demográfico y caída de la renta) la salida fue recuperar la tasa de ganancia reduciendo los costos de producción (en especial los salarios) y aumentando las tasas de explotación, deslocalizando empresas, acelerando el ritmo de destrucción medioambiental, dejando de pagar impuestos, endeudando a ciudadanos y países, reduciendo el gasto público, privatizando el patrimonio colectivo. La consecuencia de ello fue el empobrecimiento de las mayorías. Aunque la recuperación económica se mida por el aumento del PBI, los beneficios bancarios, o el aumento de las Bolsas, ello no mejorará la vida de las mayorías. Las crisis son siempre políticas aunque la economía presente disfunciones. Y la política será siempre consenso y conflicto. Las desigualdades construían una brecha desconocida en la historia de la humanidad.

La crisis del 2008 fue de salvataje a los ricos y marcó el punto de inflexión en la hegemonía de las recetas neoliberales y de los conceptos que celebraban el fin del conflicto social (globalización, gobernabilidad, gobernanza, y transparencia). Otra constante fue: la ausencia de protesta social. El sesenta por ciento de los trabajadores del mundo lo hacen sin contrato laboral. Aquellos que perdieron sus trabajos (7), jubilaciones y pensiones o sus ahorros no pasarían de ser un mero problema de gobernabilidad para los Estados. Las explicaciones giraban en torno a la pérdida de confianza, algo de lo que se nutre el capitalismo, pero que lejos de crear, recurrentemente destruye. No deberemos dejar de lado que: o la sociedad crea confianza o el capitalismo no podrá operar en ella. A este le corresponderá mantener una tasa creciente del beneficio a través del mercado.

Es precisamente esa lógica de la búsqueda del beneficio la que afectará a los Estados de todo el mundo; y es el Estado el que finalmente se convierte en el principal articulador en su impulso y de sus contradicciones y oposiciones. Vivimos un tiempo de transición. A pesar de que el Estado sigue vigente, se ha sembrado en el orden neoliberal la idea de que ya no le corresponderá más a él la obligación de articular la suerte colectiva sino que esa tarea deberá ser compartida por otros niveles de estatalidad, por los mercados, por las empresas, las asociaciones y los organismos internacionales. La idea de gobernanza (8) estará sostenida bajo la imagen de que las excesivas demandas ciudadanas al Estado lo habría “sobrecargado”. Una versión tecnocrática (9) de la crisis de demanda democrática aristotélica que intenta –una y otra vez- sustituir la política (y el conflicto) relegando los principios clásicos de igualdad, autonomía, universalidad y seguridad que el Estado liberal clásico profería. Un llamado a reemplazar por meras soluciones técnicas -de eficiencia y eficacia- a la democracia, la justicia y los derechos. Algunos Estados quieren quitarse la responsabilidad sin resignar la legitimidad. Un Estado desatendido de la idea de bienestar como un derecho público al que no se le debe recargar con las exigencias de redistribución; que tan sólo negociará garantías mínimas y donde “lo común” fuera sustituido por la simple instancia de “lo particular”.

Fue la economía real la que ha internalizando su actividad; los Estados debieron buscar un nuevo modo de regulación para esa circunstancia. He aquí otra consideración: la imposibilidad del capitalismo de desarrollar su lógica sin agotar a las sociedades que lo sostienen: México (1994); las crisis asiáticas (1997 y 1998); Rusia (1998); la devaluación en Brasil (1999); el ajuste en Europa previo a la entrada en vigor el euro (1999); el default argentino (2001); el hundimiento de las empresas puntocom; la quiebra de Enron y Arthur Andersen; las quiebras de Lehman Brothers; de Merril Lynch; de AIG; el rescate urgente de bancos; la inyección ingente de capitales a grandes empresas automovilísticas e inmobiliarias; la quiebra de General Motors. La crisis del 2008, los rescates bancarios con inyecciones billonarias y las reformas laborales marcaron la crisis del neoliberalismo. Sumado a ello, el agotamiento de los tres grandes recursos usados para salir de la crisis: el endeudamiento público –financiación del déficit norteamericano mediante la compra de dólares-; el endurecimiento de los procesos de obtención de beneficios de los países del Sur y el uso intensivo de la naturaleza. Una vez más son los trabajadores quienes correrían con el grueso del pago de la crisis que se tradujo en una crisis de legitimidad, confianza y acumulación que intensificaran las protestas; tanto como la represión. El neoliberalismo en los países centrales fue capaz de articular un modo de regulación –un acuerdo de garantía del orden social- y un régimen de acumulación –un sistema de reaseguro de la reproducción económica. De ahí deviene su fuerza. En América Latina –en cambio- ese esquema entró en crisis. América Latina fue el epicentro de una revuelta –más funcional para frenar la depredación que para sostener una alternativa estable- y donde la ciudadanía dejó de aceptar –finalmente- ese sentido común teórico.

II.-

Las finanzas en el modelo neoliberal cooptaron al Estado que mutó para garantizar ese modelo de acumulación. Casino y apuestas en un rizoma sin fin. Economía virtual; fin de la inversión de riesgo, en un juego de cortoplacismo y sin reglas; y cuya única finalidad es siempre el máximo beneficio. Divorcio entre el interés del capital y lo común; entre la lógica del mercado y la democracia. Para el pensamiento neoliberal (10) la democracia no es un valor central (11). El cálculo del costo- beneficio da lugar a una nueva sociabilidad de la mano de un individualismo negativo, reacio a todo compromiso colectivo tan sólo parado en la matriz del egoísmo. El G20 declaró -luego del salvataje a los bancos en 2008- que la crisis de la deuda se deberá resolver sólo con más deuda. Si los deudores no pueden pagar se les deberá prestar lo suficiente para que se mantengan al día con los vencimientos y colateralizen la deuda con propiedades, con su sector público, con su autonomía política y soberanía; en definitiva, con su democracia. El objetivo fue el de mantener al día el gasto de la deuda para lograr que su volumen crezca exponencialmente a medida en que ascenderá el interés que se añade al préstamo. Es la magia del interés compuesto del capital británico, aquello que ya R. Scalabrini Ortíz criticaba en la década del ´40 del siglo pasado en nuestro país. Este es el marco de la negociación con el FMI que deberá emprender la Argentina en estos próximos meses. La crisis del capitalismo no genera revoluciones quizás porque los pueblos piensan que la alternativa no sea mejor que lo poco que tienen; porque aquellos que representan el cambio se parecen incluso demasiado a los que dicen combatir o reemplazar; porque quizás el consumismo –que venden- detiene la crítica. El sentido no podrá reducirse a la mercancía.

Vivimos en un capitalismo del deseo, de las marcas, del diseño, del dinero, de las finanzas virtuales –quizás un tanto opacado por la pandemia- donde el “éxito” social –a pesar de ser invitados sin más a esa celebración- muy ocasionalmente se arriba o ingresa. Ya no podremos hablar de obreros, sí de profesionales. Lo cual se traduce -en los aquellos que no pertenecen- en cierta sensación o conciencia del mal trato; hasta quizás también de enfado; aunque siempre –y a diferencia del siglo XIX- de solidaridad débil ya que en este tiempo no se entrelazan, ni conjugan palabras como reciprocidad y fraternidad; y donde la aversión por no ser parte conducirá irreparablemente al desarraigo o al exceso de auto-explotación. Una pasividad nacida de la desesperanza llevará irremediablemente a la anomia y acarreará cierta alienación donde la frustración irá de la mano de las dificultades para desarrollar relaciones plenas de confianza con otros; al tiempo en que se escucha en los medios -pero también en el ámbito de lo social- que siempre y a pesar de todo: se deberá “ser positivos” y que nunca jamás se habrá de “dejar de sonreír”, cual mueca impostada. En estos términos resultará cada vez más difícil traducir la irritación, la contrariedad o el desagrado en voluntad política.

El Estado posee reglas (económicas, políticas, normativas, culturales) para la distribución de las ventajas de la vida social que en los Estados occidentales han tenido diversas formas: Estado social, democrático, de derecho y nacional. Legitimidad e inclusión que junto a la coacción articularán la obediencia. Las instituciones por sí solas no son virtuosas respecto del Bien (12) o de la justicia. Las instituciones independientes de la sociedad terminarán siendo su peor enemigo. Sin embargo, esa es la petición del neoliberalismo, esa es la bandera de los “libertarios”: la vuelta a un mercado auto- regulado, la privatización de los espacios de estatalidad, la imposición de una lógica guiada por la búsqueda del beneficio a través de integrar la oferta y la demanda, la apuesta por instituciones que se alejen del control ciudadano y las exigencias electorales, la conversión de la política en una gestión técnica. Las políticas de austeridad irán contra las mayorías; reequilibran primando al sector financiero y debilitando los salarios, redistribuyendo los ingresos desde el trabajo al capital. Fomentando la precarización, incrementando las desigualdades, promoviendo los valores de la jerarquía y competitividad, haciendo del trabajo una mercancía más y convirtiendo al mercado –no en un lugar de intercambio- sino en el espacio mediador del beneficio. Escenario que buscará mantener el privilegio dentro de un esquema de confrontación social. Un espacio de ganadores y perdedores, de amos y esclavos. Habrá que entender que el culto a la competencia sólo engendrará recesión. El Estado moderno es por definición representativo (13). Esto implicará que siempre una minoría va a tomar decisiones que obliga a la mayoría.

M. Weber entendía al Estado como el poseedor único de la violencia y responsable de la gestión de lo público bajo el paraguas del interés colectivo. Se entiende por crisis del Estado a la crisis –en el mundo occidental- del Estado social y democrático de derecho de la mano –en algunos- de recortes en los derechos civiles y políticos para acallar la protesta; en otros, de ajustes estructurales ruinosos. Ambos se han traducido tanto en incrementos de la desigualdad; como en un empobrecimiento generalizado. No hay tal cosa como crisis del Estado soberano (14); y es un error atribuir a la globalización esa crisis. Las funciones –de garantizar la reproducción material del sistema, facilitar la confianza entre los ciudadanos y suministrar legitimidad al aparato político- que ese Estado venía desarrollando ya no se ejercerán exclusivamente en los entornos nacionales. La realidad es histórica y contingente y eso llevará a identificar al Estado con esa situación histórica capitalista. No hay alternativa al modelo estatal. No hay emancipación posible dentro del Estado. Para librarse del Estado –más allá de un mundo ideal sin dominación- hace falta del Estado –como así lo entendió el neoliberalismo pero en una dirección inversa. Si la solución no está en el Estado, tampoco estará por fuera de éste; y si la sociedad se ha complejizado hay que complejizar también la estatalidad. Estado y sociedad se transforman y constituyen mutuamente. El Estado es una estructura centralizada, dotada de normas que permiten cierta certidumbre y previsibilidad; una estructura crecientemente especializada. Esa es la razón por la cual, las formas estatales se hicieron hegemónicas. En cada momento histórico siempre habrá una tensión entre las formas heredadas (leyes, constituciones, reglamentos, universidades, burócratas, legados intelectuales, edificios, tradiciones mitos) con los requerimientos sociales. Una relación de poder conseguirá ser reconocida cuando durante un tiempo mantenga un orden, esa relación ofrecerá una seguridad de orden y ésta existirá cuando el proceso social sea calculable y predecible. En un contexto donde se libra al mercado todos los ajustes sociales ese orden jamás estará asegurado.

Tan sólo ayer los Estados nacionales regulaban la organización política y económica, garantizaban el orden jurídico y la propiedad, construían la homogeneidad social y monopolizaban las identidades sociales. Una lógica espacial y general –no conclusa, ni predeterminada pero que de manera muy marcada tuvo lugar en la periferia- y donde las élites de los países centrales han tenido la fuerza para pautar esa dirección en sus propios territorios. Esta situación está abriéndose paso frente a otras realidades, con otra economía, otro sistema normativo, otra cultura, otra política, otras interacciones y grupos de poder y contrapoder. Se afirma: todo lo que se globaliza es Moderno; lo que no es global pasará a ser local, atrasado, arcaico, contrario al progreso, sólo un freno a la modernización creciente. Una globalización contrahegemónica –impulsada por “los nadie” y a su servicio- deberá querer reescribir el presente garantizando la promesa de emancipación que desde la Ilustración pertenece a cualquier ser humano. Los flujos sociales –económicos, normativos, políticos y culturales- que hasta hace poco se realizaban dentro de las fronteras del Estado nacional han abandonado ese marco. Esa movilidad –desde los años ´70- ha afectado con mayor énfasis los intercambios económicos, en especial los financieros, necesitados de mercados más amplios para garantizar la reproducción del capital. Esta descripción no podrá reducirse sólo al campo económico sino que ha contaminado con su lógica otras lógicas, incluso las que pertenecen al mundo de la vida y a la manera subjetiva en que los individuos se reconocen a sí mismos. Pese a ello, este proceso no es ni natural, ni inevitable ya que siempre habrá resistencias y contradicciones; otros discursos, o maneras de entender el contexto transformando la realidad y sus representaciones.

Luego de la II Guerra Mundial hemos asistido a una competencia mundial –dentro de un recuadro de reglas compartidas- donde se dirimirá –aún de final abierto- qué facción de la élite local construirá una alianza, o carecerá de referencia territorial; situación que ya ocurre y de manera creciente con el capital financiero. Para el caso de los Estados Unidos la fuerza del mundo financiero está por encima tanto de las promesas electorales como de la capacidad de asombro de sus electores. Dependiendo del lugar de poder que se ocupe, las elites tendrán una mayor o menor posibilidad de utilizar al Estado nacional a su favor eliminando o debilitando la competencia de otras elites. En los países europeos las elites globalizadas tendrán que negociar con una sociedad con mayores anticuerpos frente a los intereses del capital. Esa lógica ha ayudado a desmantelar los regímenes del bienestar dado que las vinculaciones de las economías nacionales con la economía internacional son difíciles de quebrar y la ausencia de una confrontación social exitosa ha posibilitado la libre imposición de los intereses del capital. Tres son los rasgos que definen al capitalismo: la búsqueda del beneficio mediado por el mercado. Todo puede adoptar la forma de mercancía disponible para el intercambio (los seres humanos, la naturaleza, el conocimiento, el dinero, lo que todavía no existe, o los sentimientos); los precios de los bienes se definen en un mercado determinado como libre, guiado –de modo exclusivo- por la maximización del beneficio, allá dónde el mercado informe que hay mayor posibilidad de ganancia. Empero oferta y demanda nunca funcionan en total libertad, de manera que los merados generarán constantes ineficiencias, monopolios, oligopolios y distorsiones en los precios; la concentración económica estará en manos privadas y en el beneficio inmediato de sus dueños apoyados por la estructura del Estado. G. Bataille señalaba que a falta de fines gloriosos los hombres no pueden reconocerse solidarios, no subsistirá entre ellos más que la codicia por los bienes que los separa; la caridad sólo es un remedio paródico para esa disgregación, no es más que una comedia de solidaridad.

La prosperidad deprimente y la violencia de la pobreza coinciden. (15) Siempre el ajuste tiene lugar allí donde no se oigan las quejas o dónde puedan ser acalladas: la naturaleza, las generaciones futuras (por la vía del endeudamiento), los trabajadores desorganizados, las mujeres, los niños y ancianos, mercados alejados, poblaciones sometidas a fuertes disciplinamientos; o creando un cuadro de interpretación donde la población asuma el coste del ajuste económico como una necesidad incuestionable. Un sistema económico no funciona sin un entramado conceptual que lo justifique y lo mantenga. La hegemonía se expresa en la capacidad de una clase o fracción de convencer al conjunto de la ciudadanía de la bondad o inevitabilidad del marco social, político, económico vigente. Las condiciones económicas a que obliga el capitalismo presupone una condición humana adaptada a sus necesidades: propone individuos que se guíen por la maximización del interés privado. Su método partirá de seres particulares por encima de los cuales no habrá ética alguna; exaltará el egoísmo al que presupone virtud y denigrará la solidaridad; conducirá a la destrucción de la naturaleza; y la guerra, será su horizonte último.

Hemos asistido a un proceso de vaciamiento de la democracia (16) entendida como participación popular. La capacidad de influencia popular en el poder político ha ido disminuyendo. Tanto porque el centro se ha corrido de lo local (Washington, Nueva York, Bruselas, Estrasburgo) muy lejos de la fiscalización democrática; como por las elites globalizadas que se reservarán la capacidad de influir en las instancias globales. Esas instancias se desentienden de los intereses sociales: empleo, salud, educación, jubilaciones y pensiones. Igualmente no ha sido igual la sesión de soberanía en donde se ha construido modelos más o menos pluralistas. El modelo hegemónico en el mundo es el que se construyó de la mano del pensamiento moderno, del modo de producción capitalista y de la matriz del Estado nacional. La lógica de ese modelo –en Occidente- es similar aquí y allá con un comportamiento orientado a explicar y justificar la acumulación legitimada del capital bajo una lógica lineal del “progreso” pero su concreción resultará siempre particular. Toda civilización -decía W. Benjamín- es una obra de barbarie. Aquella razón intentará garantizar su tasa de beneficio donde le resulte más sencillo y lo hará siempre por las partes más débiles. Intentará cimentar hegemonía para garantizar el dominio, hacerlo más estable –es con esa responsabilidad de deslegitimar cualquier alternativa o castigar a aquellas que han desafiado el capital simbólico de referencia que los medios de comunicación serán los aliados del neoliberalismo de la mano de falacias ideológicas, interpretaciones antropológicas o medias verdades históricas- y buscará llevar al Estado a la lógica transnacional.

Esa razón dificulta la posibilidad de ser ciudadanos; de alegar derechos, de esgrimir libertades y condena a no serlo. Nos aleja de los asuntos públicos que estarán siempre demasiado lejos de cualquier posibilidad de entender y controlar. El espacio físico del planeta desborda la capacidad cotidiana de la ciudadanía; y al igual que como ocurre con el exceso de información, su resultado será una potencial reclusión, la atomización social, el sacrificio de la sociabilidad.

III.-

K. Polanyi (17) (1944) señalaba con acierto que la idea de un mercado que se regula a sí mismo no podía existir de forma duradera sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de la sociedad; sin destruir al hombre y sin transformar su ecosistema en un desierto. Su queja en definitiva se asentaba en que es la economía la que termina devorándose a la sociedad. Se opta por el progreso económico al precio de la dislocación social. La legitimidad del Estado estará ligada a su justificación y su defensa se sujetará a la satisfacción de las expectativas de los intereses colectivos. Sólo durante un lapso podrá enmascarase esa ausencia de rumbo. La marginalidad, la violencia y la desestructuración social coinciden allí donde el Estado no existe o se pretende reducirlo sólo a su función represora. Sin embargo, la historia siempre nos ha enseñado que nunca habrá privilegio sin respuesta. La descomposición de la sociedad internacional no devino en ninguna reordenación inteligente de la misma. La separación de lo político y lo económico trajo consigo una exaltación de la libertad a costa de la justicia y la seguridad. Deberemos ser partidarios del uso inteligente y democrático de lo político donde la definición y articulación de metas colectivas y obligatorias se prioricen en el ámbito de lo social.

Para ello, hay que reinventar el Estado –que a veces es drama; otras farsa; a veces comedia; en ciertas ocasiones épica-, cuándo logra canalizar la participación popular y construir una esfera pública virtuosa. Recuperar así su control para reinventar al fin, la política. Entender al Estado como el ejercicio del poder estatal de manera de captar que su poder residirá en la capacidad de operar por fuera de él. Más allá de los límites formales del Estado hay grupos que buscan alcanzar sus intereses “con” el Estado, “contra” y “más allá” del él. Entender al Estado como la condensación de un equilibrio de fuerzas variables, mediado a través de instituciones y de discursos que quiere influir en todos los ámbitos de lo político y operar en un entorno que es más amplio que el propio Estado. El Estado no estará ausente de las tensiones entre los intereses generales y los particulares. El primero legitimará; el segundo, sólo orientará su comportamiento. La autoridad del Estado moderno procede de su promesa de servir a los intereses generales, de representar las propuestas trazadas por la Ilustración: de libertad, igualdad y fraternidad. Sólo la atención del interés colectivo que atienda al bien común será la fuente de su poder legítimo. Es allí donde residirá la base de la obligación política. Para ello, habrá que recuperar la pretensión de universalidad democrática. Recordar que la democracia no es sólo una cuestión de método sino de fines, valores e intereses que inspiran a los actores colectivos. No podrá haber democracia en niveles extremos de pobreza y exclusión social. Sin salarios dignos no habrá ciudadanía política.

El liberalismo es una teoría normativa de la sociedad. No explica la realidad sino que propone cómo deberá ser. Por eso con igual frecuencia, el modelo teórico nunca coincide con lo que sucede en el mundo real (18). Las nuevas formas de gobierno deberán caer en formas compartidas donde se reelabore la relación Estado-mercado- comunidad esta vez, a favor de esta última. América Latina fue protagonista en la primera década del este siglo de un uso alternativo a esta fase global neoliberal. La intensificación de la lógica capitalista generará -una y otra vez- crecimiento de la resistencia social. La lógica pendular de gobiernos populares y neoliberales constata que siempre se regresa a un presente deteriorado pero nunca al pasado que se cree recordar venturoso. Maquiavelo nos enseñó ya desde el Siglo XV que tres son los rasgos que caracterizan esa idea de novedad en el concepto de Estado: una mayor especialización del poder, su mayor concentración, y la voluntad explícita de permanencia en un marco de reconocimiento internacional. El poder se especializa en la medida en que la gestión de los asuntos comunes se hacía cada vez más compleja. Esa concentración del poder estaba vinculada a la identidad entre el naciente Estado nacional moderno y el flamante mercado nacional, de manera que sólo con la defensa de ese mercado se garantizaba la independencia política. Nunca olvidemos que es el Estado quien inventa la nación, de

ningún modo –y a pesar de esa ensoñación- es al revés. ¿Por qué obedecemos entonces? Lo hacemos porque creemos; creemos que el poder es legítimo (M. Weber); lo entendemos como depositario de la autorización política. Dejando de lado los tipos puros (de legitimidad) ideados por Weber quisiera centrarme en la legitimidad de resultados; la satisfacción de las promesas sean estas las de igualdad, empleo, identidad y seguridad; o las que se hayan establecido en el cumplimiento de las expectativas ciertas de los representados. Obedecemos porque creemos gozar de cierto bienestar o inclusión que nos concilia con el sistema.

Las dos principales pasiones humanas son el miedo y la esperanza. El miedo monologa; la esperanza dialoga. Habrá que oponer a la indiferencia el compromiso. La promesa neoliberal no es un consumo infinito sino un “yo infinito” donde el otro –en su derecho a manifestar la diferencia- no existe. Cualquier propuesta emancipatoria luchará con objetivos más sencillos: humanizar la vida en un terreno de mutuo reconocimiento que implicará empatía, fraternidad, solidaridad y una identidad que será más amplia conforme así lo sean los instrumentos intelectuales para entender el mundo; y que por sobre todo, recupere la idea de la dignidad y del sentido. Para ello, y con el fin de crear un proyecto de ciudanía igualitario se requerirá de una participación popular real, del respeto a la diversidad social y cultural, de la imprescindible preservación del medio ambiente, de fórmulas institucionales nuevas, de superar las asimetrías multiplicando democráticamente las respuestas; luchar contra la inequidad social erradicando el hambre y bregando por alcanzar la complementariedad económica. Ahora bien, aquello que nuestras sociedades no podrán volver a permitir es que el bienestar colectivo –de lo que pertenece al conjunto- y que se alcance a través del Estado no se traduzca en conciencia de lo público, corresponsabilidad, deber de cuidado en una nueva ruptura – siempre rebelde- de la promesa de igualdad con la que la Ilustración se afirmó. Promesas que siempre serán novedosas, espontáneas, ajenas a las jerarquías, emancipatoria y que contribuirán a alejarnos de la explotación, la injusticia social y la discordancia. Este pareciera ser el camino.

1 – La producción de mercancías con el estricto fin de incrementar el dinero invertido inicialmente, incluida la transformación de la mano de obra en mercancía no ha existido siempre. Tiene por origen la Europa del siglo XV y su marcha siempre estuvo caracterizada por resistencias sociales toda vez que se intentó mercantilizar algún ámbito de la vida social. Ha existido sí un mercado cuyo proceso consistía en intercambiar por dinero con el fin de comprar otra mercancía (mercancía-dinero-mercancía). El mercado capitalista guiado por la búsqueda del beneficio se articula con la aportación de un dinero para construir una mercancía que actualizada en el intercambio en el mercado, incremente el dinero inicialmente invertido (dinero-mercancía-dinero).-

2 La naturaleza de la Modernidad es pensada como novedad autónoma, como dictadura de la novedad (cambio); pero también como perpetuación de lo mismo, como un sistema que ha excluido los cambios reales. Reino de los imperativos: capital, sistema, técnica permanecen sin cambio en su núcleo. La Modernización es una síntesis colateral de innovación y revolución.

3 El Estado moderno tiene por lógica la acumulación orientada al beneficio y sólo mediada por el mercado. Las propuestas del llamado consenso de Washington: privatizaciones, liberalización fiscal, apertura de fronteras, reducción del gasto social, desregulación laboral y garantías de la propiedad privada precisaban de una mutación del Estado que dejase espacio tanto a un mercado creciente como al libre juego de las empresas.

4 Todo pensamiento crítico es siempre mucho más ingrato que cualquier posición conservadora: Molestará a los que se benefician con el statu quo existente; incomodará a los que nunca se han cuestionado ese orden; necesitará convencer de que la alternativa resultará posible; obligará a demostrar cuándo esa posibilidad pueda ser y fuera impedida, o se viera negada por cualquier otra razón; y necesitará finalmente demostrar que lo que se propone es y resultará mejor que lo que existe, y porque se lo pretende sustituir.

5 El programa neoliberal buscaba principalmente cinco objetivos: 1.- equilibrar las cifras macroeconómicas, especialmente a través del control de precios –una vez señaladas las variables monetarias como las realmente relevantes-; 2.- aumentar las ganancias empresariales –bajo la convicción de que la torta debía crecer primero para después poder repartirla-; 3.- incrementar inicialmente el desempleo –con el fin de lograr una tasa natural que debilitase los sindicatos y forzase los salarios a la baja-; 4.- crear una estructura social desigual que incentivase el esfuerzo y el aumento de la productividad; y 5.- integrar las facciones de clase globales en el modelo de acumulación, utilizando para ello, cuando fuera necesario: la guerra.

6 Ya que otorga un principio de organización social de orden económico que está en la lucha por la supervivencia propia de contextos desesperados y desarraigados. Permitirá imaginar a cualquiera -cual promesa utópica- la pertenencia al grupo que disfruta de los máximos beneficios y prometerá convertir cualquier sueño en realidad siempre y cuando se acceda a él a través del mercado. Será el dinero la única distancia. El neoliberalismo posee su promesa de felicidad y su idea de salvación ligada al consumo.

7 En los ´70 el capitalismo solventó las tensiones laborales a través de cinco modos: 1.- posibilitando la inmigración y abaratando los costos; 2.- sustituyendo mano de obra por tecnología; 3.- deslocalizando industrias hacia zonas con menores costes; 4.- precarizando la legislación laboral y facilitando los despidos; y 5.- garantizando la represión, siempre funcional a las nuevas formas de acumulación neoliberal. Su resultado fue una reducción considerable de los sueldos ya no más, entendido como ingreso social y que condujo a una sociedad sustentada en el consumismo y el endeudamiento.

8 La gobernanza mundial pretende una suerte de alternativa al sistema de Estados; sin que ello suponga un gobierno mundial. Las labores de armonización global se habrían trasladado a organismos internacionales eminentemente financieros o comerciales (FMI, BM. OMC) dando paso a una transformación política que sustituyera la soberanía popular por formas no estatales y jerárquicas de gobierno, acompañada de instancias intermedias que justifican la participación perdida de la sociedad civil. Ver Susan Strange. La retirada del Estado. Barcelona Icaría, 2001.- Los gobiernos dejan de ser el centro de la sociedad, una lógica que plantea el fin de un gobierno nacido de la soberanía popular y con él, las dificultades de construir un orden equitativo y de una justicia social colectiva. Es el mercado la única instancia de armonización. Ver Renate Mayntz. El Estado y la sociedad civil en la gobernanza moderna. CLAD 21 (Caracas 2001). La matriz de la gobernanza habla de la solución de problemas no de transformaciones sociales; de exclusiva participación de los interesados y no de participación popular; de auto-regulación individualista en vez de contrato social; de juego de suma positiva donde todos ganan y de políticas compensatorias para los derrotados en vez de justicia social común a todas las personas; de coordinación política, económica o social en vez de relaciones de poder o de conflicto social; de una cohesión social y una supuesta estabilidad que desactiva cualquier demanda. Todos estos conceptos no están al servicio de un proyecto de inclusión social sino de exclusión. Ver Boaventura de Sousa Santos. A gramática do tempo: para una nova cultura política. Afrontamento, 2006, (págs. 376/ 7).-

9 En 1975 Huntington, Crozier y Watanuki en una ofensiva ideológica del neoliberalismo escriben La crisis de la democracia. Informe a la Comisión Trilateral contra un Estado al que se definía como sobrecargado debido a un exceso de democracia motivada por una participación ciudadana desproporcionada. Así lo describían. Ergo, esa persecución del Estado mínimo se realizada en nombre de la democracia. La justificación de la puesta en marcha de los planes de ajuste en los ´80 nunca se presentó como una forma indirecta de garantizar las exportaciones de los Estados Unidos sino como el necesario saneamiento económico que permitiría la inserción internacional de los países en desarrollo. De igual modo la reforma del Estado, propuesta en los ´90 callaba el interés principal de liberar capitales.

10 Son partidarios de estas escuela: Friedrich Von Hayek, Milton Fridman, Karl Popper, Lional Robbins; Ludwig Von Mises, Walter Eukpen, Walter Lippman, entre otros. Para el primero la dinamización de la economía reposaba en la determinación de una “nueva y saludable desigualdad”. Hay que abdicar del darwinismo económico y de su correlato social: minorías ganadoras y una mayoría de incontables perdedores.

11 Libertad y democracia podrían -para Hayek- tornarse fácilmente incompatibles, si la democracia decidiese interferir en los derechos incondicionales de cada agente económico. La regulación por el mercado va más allá de un principio económico sino que produce consecuencias sobre el mundo de la vida. Las afirmaciones de que los “mecanismos de mercado” y la “libre iniciativa privada” son” buenos” o “lo menos malo posible”; o bien que no se puede esgrimir “ningún juicio de valor sobre este punto” conducirá irremediablemente al nihilismo histórico donde cualquier régimen político valdrá tanto como otro. Ver Fiederich Hayek. Camino de Servidumbre. Editorial Revista de Derecho Privado, Madrid, 1946. El liberalismo extremo conducirá a la teologización de lo real y a su irremediable dogmatización.

12 Es el mercado el que dicta lo verdadero, lo bello, el bien y lo justo. El mercado sólo iguala, neutraliza, suprime al individuo en una estéril uniformidad. Estandarización, homogeneización, instantaneidad se imponen y triunfan en la cultura global. La diferencia sólo estará en manos del privilegio. Lo prometido se vuelve su contrario; lo que se anunciaba como unificación se convierte en ruptura. Ambigüedad, movimiento de flujo y de reflujo; tendencias centrífugas. El mercado sólo plantea desafíos y no objetivos. La lógica del sistema se vuelve autónoma y deviene un fin en sí.

13 Es en el Discurso a los electores de Bristol (1774) donde Edmund Burke recoge el concepto de democracia representativa que con posterioridad se fijará en casi la totalidad de los cuerpos constitucionales del mundo. Aquella se plasmará con la prohibición del mandato imperativo; donde los electores no puede revocar a los elegidos; pero a su vez plasma la ficción por la cual el Parlamento representa a la Nación, momento en el cual ni los pobres, ni las mujeres poseían derecho a voto.

14 Hay quizás sí un replegué del Estado (frente a las políticas de desregulación social y económica; reformas presupuestarias; privatizaciones); ampliación del alcance de los mercados nacionales e internacionales (frente a la liberalización comercial, financiera y cambiaria); y una sostenida reforma laboral que devuelve al mercado el ajuste entre la oferta y la demanda de la mano de obra con la pretensión de convertirse en otra mercancía. Para el neoliberalismo el Estado deberá dejar todo el camino libre al mercado de la mano de la desregulación, la liberalización, la privatización, el ajuste macroeconómico y la primacía del sector exterior encargándose tan sólo –idea que recoge la gobernabilidad- de garantizar la propiedad privada y el discurrir armónico del desarrollo dela acumulación. Su resultado sólo dependerá de los conflictos sociales. La ausencia del conflicto no ha revertido este resultado.

15 George Bataille. El límite de la útil. Losada, Madrid, 2006, (pág. 50).-

16 Vale recordar que la matriz schumpeteriana reducía el proyecto democrático a sus contenidos formales y procedimentales. Ignoraba tanto el contenido ético y normativo de la democracia como de los procesos históricos concretos. La institucionalización de un orden político, de un sistema de reglas que hizo abstracción de sus contenidos éticos y de la profunda naturaleza de los conflictos sociales sólo generará una nueva barbarie, profundos problemas de gobernabilidad y de eficacia administrativa sometidas a las coacciones del mercado mundial. No puede haber democracia política sin haber garantizado los derechos económicos básicos. No se podrá gozar de los derechos civiles y políticos sin tener acceso a las condiciones básicas que aseguren la posibilidad de ejercer esos derechos. No hay democracia sin “umbral de humanidad” (E. Jelin). Para un mayor desarrollo de este último concepto ver Elizabeth Jelin. Cuidadanía emergente o exclusión. Movimientos sociales o/ ONGs. Revista Mexicana de Sociología, Año LVI N° 4, 1994.-

17 Karl Polanyi. La gran transformación. La Piqueta, 1989, pág. 26. Este autor recordaba que el concepto de democracia era extraño a la burguesía inglesa. Sólo cuando la clase obrera hubo aceptado los principios de una economía capitalista y los sindicatos transformado el manejo fluido de la industria en su principal preocupación, la clase media concedió a sus mejores obreros el “derecho a votar”.- 18 En los ensayos neoliberales en la Argentina la apertura económica no modificó la estructura predominantemente primaria de las exportaciones nacionales; la reforma del Estado y las privatizaciones durante el menemismo o la reducción del poder de compra de los salarios públicos durante el macrismo no significaron una atención sustantivamente mayor hacia las funciones vinculadas a la educación, la salud, la política social, la vivienda. La presencia continua de regímenes democráticos en el continente americano resultó ineficiente para generar las condiciones para la construcción de una ciudanía plena donde la vigencia de los derechos civiles estuviese acompañada por una participación integral en la vida política, social y económica de las naciones. Daniel Filmus (compilador) Los noventa. Política, sociedad y cultura en América Latina y Argentina. EUDEBA – FLACSO, Buenos Aires, 1999; Ver también, Atilio Borón. Quince años después: democracia e injusticia en la historia reciente de América Latina. En el Trabajo y la política en América Latina. De fin de siglo. Primer encuentro Nacional por un nuevo pensamiento. Compilador Claudio Lozano. EUDEBA y CTA, 1999, (pág. 73)

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