HISTORIA

El Procurador Ramón Ferreira y la misteriosa muerte de Bernardo de Monteagudo

Por: Redacción Broquel

Dentro de su prolífico trabajo dentro de la Procuración, parte del cual fuera editado en el libro Vistas Fiscales, quien fuera el primer titular de la Procuración del Tesoro tuvo tiempo para indagar en la causa por el confuso asesinato del prócer americano.

La figura del Dr. Ramón Ferreira es sin dudas una de las más trascendentales en la historia de la Procuración. Quien fuera el primer Procurador, encarnó el pasaje que se vivió en los albores de la organización nacional tras las batallas de Pavón y Cepeda. Ferreira fue Fiscal General durante el tiempo de la Confederación Argentina, y tras el triunfo del mitrismo pasó a ser Procurador del Tesoro tras la promulgación de la Ley 74 de 1863.   

Nacido en Córdoba en 1803, Doctor en Derecho Civil y Canónico por la Universidad de su provincia, uno de los legados más notables que se le deben al primer Procurador es haber reunido y recopilado distintos materiales que retratan la actividad estatal de la época. Así como también la realización de la “Compilación de leyes” que le había sido encomendada por el Poder Ejecutivo. En cuanto a sus obras podemos destacar que realizó la primera publicación en el país sobre derecho administrativo escribiendo “Derecho Administrativo General y Argentino” en 1866.

Debido a su prolífico accionar, fue sin lugar a dudas una de las personalidades más destacadas del derecho en su tiempo, y esto explica el inusual pedido que le llegara en 1861. Fue ni más ni menos que el General Gerónimo Espejo, héroe y cronista de la Independencia, quien se interesaría por la opinión de Ferreira respecto a uno de los grandes misterios de la historia americana: el asesinato de Bernardo de Monteagudo. El prócer americano murió asesinado en Lima, Perú, el 28 de enero de 1825 a los treinta y cinco años de edad. El crimen se produjo entre las 19:30 y las 20:00 horas en la que fuera una de las calles principales de la Lima de entonces, frente a la esquina sudoeste de la actual Plaza San Martín. Monteagudo se dirigía a la casa de Juana Salguero y en el trayecto fue asaltado por dos hombres, Ramón Moreira y Candelario Espinosa, quien le hundió un puñal en el pecho.​ Su muerte fue inmediata, tras lo cual se abrió una investigación que no logró develar el misterio que aún hoy persiste.  

General Gerónimo Espejo

El General Gerónimo Espejo en 1861 ya comenzaba a realizar su labor investigativa de la historia nacional, de la que él mismo había sido protagonista. Tenía en su poder documentación y apuntes que había tomado a lo largo de la Campaña del Ejército de los Andes. Ése fue el material que le sirvió de base para redactar las crónicas del curso de los acontecimientos desde la partida de Mendoza hasta la entrevista de Guayaquil. Entre sus obras más conocidas se encuentran “Apuntes históricos sobre la expedición libertadora al Perú. 1820 “Recuerdos históricos”, “San Martín y Bolívar” y “Entrevista de Guayaquil”.

¿Quién provocó la muerte de Monteagudo?

En una carta del 12 de agosto de 1861, Espejo le recuerda el compromiso que con él había asumido Ramón Ferreira: “ocuparse de la lectura de la “Célebre causa del asesinato de Monteagudo´´ en algunos ratos que le dejen desocupados sus numerosas y diversas ocupaciones”. Le solicita que “tenga la bondad de emitir el juicio que de ese asunto forme, tanto de la parte jurídica cuanto del hecho filosófica y políticamente considerado, con concepto a publicarlo oportunamente”.  Funda el General el pedido además en el hecho de que Ferreira residió “en Lima y otras ciudades del Perú”, un motivo para presumir que “alguna vez tratase Ud. de este hecho memorable con alguna de tantas personas notables con quienes tuvo relaciones”.

Un mes después llegará la respuesta del Procurador, quien recién en Septiembre pudo “disponer de un día para ocuparme de su asunto”. Ferreira sin embargo ya desde un comienzo, le hará saber a su interlocutor que de poca ayuda será su intervención.  A pesar de su interés por “conocer o descubrir las causas inmediatas” de aquel asesinato mientras residía en Lima, “nunca pude recoger sino conversaciones estériles envueltas en misterio, relaciones vagas de los hechos”. Es por esto que tan sólo podrá dar “un juicio pobre, frío, sin historia, sobre hechos sucedidos a mil leguas después de 50 años”.

Sin embargo, se propone emitir su opinión en base al mérito legal en autos y al análisis del proceso, y de allí presentarle sus conclusiones por si pudieran servirle de utilidad a Espejo. A pesar del comienzo poco auspicioso que brinda su autor, la carta resulta de sumo interés, ya que nos permite repensar lo acontecido en 1825 desde una óptica tanto jurídica como política.

Ferreira reconoce plenamente probado en el proceso “la evidencia, el cuerpo del delito, y el autor ejecutor del alevoso asesinato del Coronel Monteagudo, que fue el negro (sic) Candelario Espinosa, confeso y convicto en la causa”. Sobre esto nunca hubo duda, “sino solo sobre los cómplices”. Por consiguiente, “en la parte jurídica no ofrece observación alguna el proceso, estando plena y evidentemente probado el crimen y el criminal, y habiendo los magistrado llenado su deber son integridad y firmeza”. 

Dicho lo cual, se dispone a analizar “el misterio de esta célebre causa”: “¿por qué Bolívar tomó tanto interés en indultar al negro (sic) asesino?”. Esto abre un sinfín de conjeturas, las que son rechazadas por Ferreira: “no hay antecedente histórico, de algún motivo cierto o falso que pudiera haber interrumpido la amistad entre ambos”. Y si aún esto hubiera pasado, “le sobraban medios al Libertador para alejar a Monteagudo sin estrépito, con cualquier pretexto o comisión”. Por lo tanto, concluye que “no se presenta motivo fundado para suponer conflicto o desacuerdo entre los dos personajes, sino al contrario armonía completa”.

Es por esto que continúa el examen de la cuestión desde otros puntos de vista. “La calidad del personaje asesinado y el modo, los primeros datos que se recogían, la clase del puñal preparado con meditación, el lugar por donde acostumbraba pasar Monteagudo todas las noches, la hora en que se ejecutó y todas las circunstancias presunciones fuertes para creer que el hecho había sido premeditado y directo a la persona, no con el simple objeto de robarle, sino de matarlo”, indica Ferreira. Esto preocupó a Bolívar, quien “fue en persona a examinar el cadáver”, y “descubierto el asesino, la primera propuesta que le hace es librarle la vida si descubre los autores cómplices que le han pagado, u si no descubre fusilarlo”. El inculpado entonces “acusa a tres individuos vecinos de Lima”, pero ellos “prueban su inocencia y son absueltos por los jueces”.

En su texto, el entonces Procurador da cuenta de los modos en que se trataba a los “reos” por entonces. “En el proceso se dice también que el negro (sic) fue colgado de un brazo y azotado hasta perder el sentido”, a pesar de lo cual nunca cambió sus dicho. Este pasaje nos ofrece un testimonio de la administración del suplicio que hasta no hace tantos años era aceptada como norma, y que recién con la sanción de los derechos humanos comenzó a ser (y continúa aún hoy siendo) combatida.

En cuanto al interés por indultar al imputado que demostraba Bolívar tras prometerle la libertad si confesaba, Ferreira se inclina a pensar que el Libertador o bien no quedó “satisfecho con la absolución de los denunciados por el reo, o bien sea que a él le hubiese hecho otras revelaciones de personas que por su clase no quisiese juzgarlas”. Ferreira se inclina por esta segunda opción, que evitando el juicio por la “calidad de las personas” que estarían por detrás del asesinato de Monteagudo, Bolívar intentaba que Candelario Espinosa no terminara siendo el único castigado por este crimen por encargo. Esta conclusión se suma a los rumores que perduran en el tiempo, y que indican como instigador al secretario del Libertador, el republicano José Sánchez Carrió. “La verdad de esto es un misterio que la historia todavía no ha revelado”, contestará en su carta el Procurador, un tanto desanimado tras su labor. “No me queda la satisfacción de haber llenado ni sus deseos ni los míos”, le dirá Ferreira en el párrafo final a Gerónimo Espejo. Sin embargo, su labor analítica de la causa sigue siendo útil para analizar su labor profesional, como para intentar despejarlas dudas que la causa trabajada presenta. A 195 años de su asesinato, el crimen de Monteagudo continúa siendo un misterio.

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