Por: Por Guido L. Croxatto
Imagen: elpaís.cr
El recuerdo del gran jurista chileno, en la memoria del Director de la Escuela del Cuerpo de Abogados del Estado, Guido L. Croxatto. “Te vamos a extrañar mucho Juan. Tu humildad, tu entereza, tu convicción. Tu humanismo. Tus recuerdos del bar La Veneciana en Bellavista. Tu memoria de Neruda. Cada vez que ve una bandera chilena, mi hijo recuerda que hubo ahí un “abogado” que “juzgó a ese que era malo”. Es muy difícil no sentir un gran dolor por tu pérdida. Con más abogados así, rectos, dispuestos a pagar el precio de quedarse solos, otro sería entre nosotros el significado de muchas palabras tan maltratadas. Justicia, la primera de todas”.
Tuve la suerte y el honor de conocer en persona a Guzmán Tapia, habiendo cenado un par de veces con él en su casa en Santiago de Chile, junto a mi nene y mi pareja (los dos jugaron un largo rato con Olivia, la perra de Guzmán Tapia) país al que fui como becario de la OEA. Guzmán Tapia nos abrió las puertas de su casa con generosidad, se disculpaba de servir el café en una jarra de plástico (él, que era un prócer! y tantas veces nos confundimos perdiendo de vista la humildad de los realmente grandes) era un hombre que admiraba el paisajismo (pintaba paisajes que estaban por toda su casa, sobretodo en su living), pero que vivía con el peso de la soledad que le produjo siempre, perteneciendo a sectores privilegiados de Chile, el haber intentado avanzar en el juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura de Pinochet. Contaba con orgullo cómo fue parte del cese definitivo de la prisión por deudas.
Era una persona recta en el sentido kantiano: actuaba moralmente. Sin excepciones ni doble vara. Tenía una ilustración de un diario chileno en su escritorio (en su estudio, en un primer piso trasero, que parecía un refugio), donde se lo veia a él, de traje, con un hacha pegandole a la raíz de un árbol en cuyo tronco se leía la palabra “geneaología“. Nunca pude borrar de mi mente esa imagen. Creo que es la que mejor lo representa. Guzman Tapia contó con el apoyo de Baltazar Garzon como juez desde España, en aplicación de la jurisdicción universal, y con el apoyo de Pierre Sané, otro gran referente africano, entonces director de Amnistía Internacional en Londres, hoy director de la UNESCO. Los tres trabajaron de forma coordinada para procesar a Pinochet.
Como todo gran jurista, Guzman Tapia era un profuso lector de poesía. Apenas pisamos su casa, se puso a hablar de Tin Tin y Rackham el Rojo con mi nene. Su conversación siempre era sincera, amable, y comprometida. Accedía con humildad a cada pedido. Nos contaba la historia de un barco chileno que no pudo atracar en Holanda porque en él se habían cometido delitos. Y me decía con inocencia “pero yo creo que las cosas no tienen la culpa“, a lo que yo le respondí en su estudio, donde también había un libro de Faulkner y otro de Ernesto Sábato: “pero tienen una historia“.
Se fue otro grande y casi ni nos damos cuenta. Maier, Pavarini, Villavicencio, Guzmán Tapia. Es mucha la soledad que nos dejan. No son figuras que se reemplazan fácilmente. Son una generación dorada para el Derecho crítico. O para el Derecho a secas.
En una entrevista que le hice para una revista argentina de derecho (Lecciones y Ensayos, de la UBA), confesó que ocultaba su admiración por la poesía, por el temor a que sus colegas jueces del Palacio lo trataran de “perder el tiempo en cosas de pendejo” (SIC). Demanda mucho valor tener la poesía épica en una mano (el leía a Rudyar Kipling), y los borradores de los procesos al dictador en la otra. El reconocía que la poesía épica le daba fuerzas que muchas veces no le daba el propio Derecho para realizar su tarea como juez. Como abogado.
No es casual que un abogado hijo a su vez de otro reconocido poeta chileno, Juzan Cruchaga, que también fue diplomático y premio nacional de poesía, (Guzmán Tapia nació en El Salvador por el trabajo de su padre) haya tenido el coraje que otros muchos jueces y abogados (casi todos, diríase) no tuvieron: dar un paso en soledad, casi a contracorriente del laberinto de silencio institucionalizado del país hermano, para vencer (para darle un sentido a esa palabrita tan maltratada: “justicia“) la impunidad, única forma de consolidar un Estado de Derecho en serio, inclusivo y sin crímenes en el olvido. La democracia no crece sola.
Una de sus últimas ambiciones era patrocinar, como parte del proceso que conduce a una nueva constitución (no se conformaba con una mera “reforma“, sino con una constitución nueva, que venza los candados con que Jaime Guzman, constitucionalista chileno conservador, fundador de la UDI, con quien muchos penosamente aun lo confunden, encorsetó la vida política de los chilenos, limitando de facto su democracia) los derechos de los pueblos originarios, tan maltratados.
No hay que confundir a Juan Guzmán Tapia con Jaime Jorge Guzmán. Son dos mundos en tensión. Imposibles de reconciliar. Guzmán Tapia dio un paso en soledad. El dibujo que estaba ya amarillo debajo del vidrio de su escritorio, recorte de un diario (El Mercurio), así lo demuestra.
Te vamos a extrañar mucho Juan. Tu humildad, tu entereza, tu convicción. Tu humanismo. Tus recuerdos del bar La Veneciana en Bellavista. Tu memoria de Neruda. Cada vez que ve una bandera chilena, mi hijo recuerda que hubo ahí un “abogado” que “juzgó a ese que era malo”. Es muy difícil no sentir un gran dolor por tu pérdida. Con más abogados así, rectos, dispuestos a pagar el precio de quedarse solos, otro sería entre nosotros el significado de muchas palabras tan maltratadas. Justicia, la primera de todas.
Las opiniones expresadas en esta nota son responsabilidad exclusiva de la autora y no representan necesariamente la posición de Broquel.
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