Por: Redacción Broquel
En junio de 2015 la Procuración del Tesoro realizó las Jornadas “Soberanía Nacional y Latinoamericana”, donde más de 1500 participantes reflexionaron junto a destacados disertantes sobre las dimensiones jurídicas, económicas, políticas y culturales de la noción de Soberanía en un sentido nacional y latinoamericano. Al panel de apertura de las jornadas lo integraron Aldo Ferrer, Raul Zaffaroni y el recientemente fallecido Horacio González. Compartimos la exposición del docente, ensayista y ex Director de la Biblioteca Nacional, como reconocimiento a su enorme aporte a la cultura nacional.
La Procuración del Tesoro de la Nación organizó estas jornadas en el marco de la conmemoración del Bicentenario del Congreso de los Pueblos Libres de 1815, promoviendo un debate revistió un interés central tanto para las/os abogadas/os que desde su labor brindan asesoramiento jurídico y efectivizan la defensa del Estado, como para la sociedad en su conjunto. En tal sentido, ampliaron los alcances del debate excediendo los términos estrictamente jurídicos e interpelando a la reflexión sobre la noción de soberanía, en un sentido nacional y latinoamericanista, desde sus dimensiones económicas, históricas, políticas y culturales. Fue posible acceder al registro de aquellas jornadas, material importantísimo que cobra día a día mayor trascendencia, gracias al inmenso trabajo de nuestro compañero Néstor Mazzón cuyo rescate evitó que se perdiera como muchísima documentación del período previo al 2015 por la acción de la anterior gestión gubernamental.
Horacio González en aquella ocasión propuso trazar algunas reflexiones sobre el concepto de soberanía apelando a discusiones de gran significación en torno a la noción de decisión y al decisionismo, en relación con la habitual calificación de decisionista del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. En tal sentido, lo calificó como “un gobierno más bien normativista, un gobierno que cuida de tejer un conjunto de normas, más cercano a cierta tradición republicana que a un gobierno decisionista que, como es sabido no se apega estrictamente al imperio de la norma sino que hace de cada acto de su decisión, un acto que involucra su propia ontología, su propia razón de ser, su propia aplicación y su propia autosustentación”.
En un extenso recorrido en el que describió climas culturales e hitos en la historia del pensamiento junto a los más influyentes acontecimientos políticos transcurridos a lo largo de la historia del país, González afirmó que la Argentina construyó su tejido de normas con un concepto que no es efectivamente decisionista y que, en los modos en que se da en la toma de posiciones frente al papel del Estado en la regencia del mundo de hoy, forman parte en realidad de formas de neocolonialismo y neoimperialismo.
González se refirió también a la soberanía sobre las Islas Malvinas, a las que calificó como el gran dilema que enfrenta la Argentina. Destacó la resolución que le implica a Gran Bretaña sentarse a dar la discusión y definió ese acto de sentarse al diálogo como un acto fundamenta. Aseguró que Inglaterra percibe claramente lo que significa este hecho: “sentarse es una suerte de acto corporal, metafórico, diplomático, y casi decisionista en un sentido humanista y pacifista, que se contrapone enteramente a una base militar de dos mil personas. Esa es la fuerza metafórica que tiene el acto de sentarse a dialogar, y por eso la Argentina está en un momento excepcional para reformar sus instituciones de derecho, rever sus códigos desde Vélez Sarsfield en adelante, replantar el modo en que se realizó la Constitución del 49 y todas sus reformas, y vincular la norma a los enormes vasos comunicantes que tiene toda norma con la poesía, la literatura, la economía, que finalmente son todos saberes tributarios.”
El ex Director de la Biblioteca Nacional, cerró su disertación con una reflexión en torno a los momentos de excepcionalidad histórica: “Para sostener normas más vivas, normas efectivamente democráticas, y que profundicen la vida republicana y no la dejen con un mero normativismo, los momentos de excepción los tenemos que cultivar también con la suficiente capacidad de extraer de ellos la expresión que los tornen formas más dinámicas de la legalidad”.
Compartimos a continuación sus palabras, como un modo de homenajear su enorme labor y aporte a la cultura nacional:
“Buenos días a todos, en primer lugar debo decir que me siento muy agradecido por la invitación que me han hecho de parte de la Procuración, y entusiasmado por las palabras de apertura que he escuchado. No voy a cometer la descortesía conmigo mismo de decir que ya está todo dicho después de lo que escuchamos, y por eso intentaré lanzar algunas reflexiones en torno al concepto de soberanía desde uno de los ángulos que en los últimos las últimas décadas contó con grandes trabajos. Una bibliografía especializada en discusiones públicas y hasta periodísticas de gran significación.
Me refiero al concepto de decisión y la habitual calificación de decisionista que se le atribuye al gobierno nacional que por lo que vimos por las exposiciones que escuchamos recién se trata más bien de un gobierno que cuida de tejer un conjunto de normas. Por lo tanto es un gobierno más bien normativista, más cercano a cierta tradición republicana que un gobierno decisionista. Que como es sabido no se apega estrictamente al imperio de la norma, sino que hace de cada acto de decisión un acto que le involucra su propia ontología, su propia razón de ser, su propia aplicación visual, su propia autosustentación.
Cuando se produjo el sepelio del ex presidente Kirchner, la Presidenta le dijo una frase al periodista Horacio Verbitsky que recuerdo haber leído en el diario donde él escribe: “nosotros siempre en medio del tumulto”. Esta noción es una noción del derecho romano, “tumultus” vamos a decir así, y el tumulto está íntimamente vinculado en la tradición del estudio del decisionismo, precisamente a la idea del luto de la máxima figura pública. En los conocidos trabajos de Giorgio Agamben la idea del luto de la principal magistratura introduce la idea del estado de excepción. Que es un estado donde aparece y se construye la figura del soberano en tanto el que decide. Y para hacer más circular este pensamiento, decide porque es efectivamente un momento de excepcionalidad. Estos momentos de excepcionalidad en la gran teoría decisionista, que es la conocida tradición de Carl Schmitt que tuvo tanta influencia en el nacionalismo argentino y rozó una cierta influencia en la Constitución del `49, es una tradición que habitualmente suele transferirse de una idea de profunda arbitrariedad anti democrática, dictatorial y anti republicana.
No es exactamente así pero hay que decir que la Argentina construyó su tejido de normas, y estas últimas reformas a los códigos penales, con un concepto que no es efectivamente decisionista. Y los modos en que se da el decisionismo en la toma de posiciones frente al papel del Estado en la regencia del mundo hoy forma parte en realidad de las formas del neocolonialismo, del neo imperialismo. Más allá de la opinión que tengamos de una figura como Bin Laden, la decisión de generar un operativo específico para darle muerte en el lugar donde se alojaba, no puede no ser un tipo de decisionismo de derecha, digamos así, que está alojado en las entrañas mismas de un poder mundial. El modo en que actúa un juez de la Corte Suprema de los EEUU en alianza con una peculiaridad específica de una forma del capitalismo que antes no era conocida, ni en los tiempos de la crítica de Marx ni de Keynes, que es un tipo de operatoria que vincula en alianzas, que aún es necesario estudiar y sobre las cuales es necesario teorizar, un sector de la justicia que reproduce formas del capital como si la justicia misma albergar hoy el concepto de plusvalía y no fuera tanto la economía la que lo hiciera. O sino al revés, la transferencia entre el concepto de plusvalía económico a la justicia y el concepto de justicia decisionista a ciertas formas muy concentradas y arbitrarias del capital, es uno de los principales problemas a los que se enfrenta la Argentina y sobre los cuales tiene que dar un ejemplo a escala mundial.
Aquí tenemos un tipo de decisión de tipo decisionista de las tan criticadas por el mundo republicano, que el mundo republicano argentino sin sospechar que este es un gobierno que respeta muy profundamente viejas herencias republicanas que han fundado este país, son precisamente estilos de un decisionismo que está muy cerca del arte de la guerra. El decisionismo no ama la guerra necesariamente, y sin embargo tiene una relación no temerosa con la violencia. Los grandes debates de los años veinte entre Carl Schmitt y Walter Benjamin, que son debates sobre la violencia, ponen a ésta como un lugar constitutivo del sentido. No es éste el momento que atraviesa la Argentina, pero sí fueron momentos que atravesó la Argentina en la Guerra de la Independencia, donde la violencia era un momento constitutivo de sus instituciones y se puede decir que era un momento progresista, progresivo o democrático de sus instituciones sobre un momento de guerra. La frase de San Martín “seamos libres” está sostenida por las armas, no podemos omitir eso. Y al mismo tiempo todos tenemos hoy una crítica estricta y no por eso menos dolorosa al modo en que se quiso en los años ´70 sostener por las armas, es decir por la violencia, un conjunto de fórmulas de justicia que se presentaban en gran medida con razón como fruto de una reparación histórica que estaba siendo reclamada por el pueblo argentino. De modo que se trataba de una violencia que no dejaba de estar sostenida en profundos impulsos democráticos y democratizantes albergados por el pueblo argentino. Esa es precisamente una noción concisa y casi maciza del pueblo argentino, noción que hoy efectivamente no tenemos porque predominan las teorías de la heterogeneidad de lo popular. Esa crítica es una crítica que la Argentina supo hacer a esos modos de violencia, sin dejar que se arrastre en esa crítica una noción profunda de derechos humanos que es una profunda conquista del pueblo argentino y es quizás la que mantiene de una manera más precisa un tejido de cohesión, de solidaridad y de unidad a la noción de pueblo argentino. Que es una noción práctica, convivencial, cotidiana y también teórica sobre la cual hay que meditar.
Este debate sobre las formas de la violencia, que ha ocupado a las mentes más preclaras del Siglo 20, en Argentina no se dio de la misma manera, porque se recurrió a veces a fórmulas fáciles en el sentido que la violencia puede ser en lugar de una creación nueva, en lugar de una fuente de inspiración no sólo de lo popular sino de formas reparatorias más profundas de justicia… Ignoro si esto puede sostenerse de esta manera, el modo en que la teoría política contemporánea dio vuelta a la famosa frase de Clausewitz de que la política era la continuación de la guerra, toda la teoría contemporánea que se enamoró de la inversión de esa teoría de modo tal que pasaba a ser la política la continuación de la guerra y ver un núcleo bélico, un núcleo de belicosidad, un núcleo cuyo estilo predominante para ser pensado podría ser la teoría amigo y enemigo de la que usualmente es acusado el gobierno. Evidentemente esa tesis que proliferó en mundos académicos en gran medida al compás de tesis como las de Foucault, Giorgio Agamben, el propio Benjamín, no dejó de seducir a vastísimos sectores de la vida intelectual argentina que sin embargo no hicieron de esa tesis el lugar donde tenían que demostrar que un gobierno como el actual debía inspirarse en zonas previas de violencia, sino al contrario. El gobierno, que probablemente no ha consultado esta bibliografía, y lo cual no hace culpable a nadie las bibliografías son huellas dormidas en un estante que nos solicitan cuando es necesario que las consultemos, y el gobierno no consideró necesario consultar estas. Pero muchas frases que se han dicho, está del tumulto por ejemplo, rosaban, pasaban de lado muy cercanamente, a las grandes teorías que vienen del derecho romano. Por eso en la Argentina esto se transformó en la idea de que la muerte del Presidente, con el luto que instituía, lo hacía de una manera tal a despertar un simbronazo muy fuerte en la sociedad argentina que revelasen nuevas miras militantes y demás. Y esa tesis de la revelación, situación nueva que afectaba a sectores de la juventud y a todos los que están en condiciones de pensar un país bajo la norma política, a inspirarla como una norma dinámica, como una norma donde la soberanía aparezca firme, enhiesta, pero con la suficiente plasticidad como para alojar en ella misma una fuerte tradición humanista crítica que hay que constituir como práctica y como teoría en la Argentina.
El otro gran dilema de la Argentina está en el sur, no en el norte, que es las Malvinas. Tenemos una resolución sobre las Malvinas de una discusión donde se la implica a Gran Bretaña para sentarse. El acto de sentarse al diálogo es un acto fundamental, también es un acto cotidiano porque lo hacemos a diario, acá estamos sentados, cuando almorzamos estamos sentados. Sentarse, como bien lo observaron muchos filósofos, como el estar parado también y las humoradas abundan al respecto en la historia política argentina, es un acto esencial de la corporalidad humana y una metáfora fundamental del diálogo. Ahora bien, tanto como en el caso de los fondos buitres donde sospecho una actitud decisionista de un neo capitalismo cuyas connotaciones extremas hay que seguir examinando con nuevas teorías, las que hay no alcanzan. Y también la fuerte base de la OTAN en las Malvinas también hay que pensarla de otra manera, porque esa base antes no existía, los discursos de Cameron de índole belicista tampoco existían. Y la Argentina está cada vez más apegada por las experiencias reconocibles y totalmente sostenibles en su posición a la idea de sentarse, a la profunda idea pacifista pero también humanista, pero también corporalmente casi literaria y vinculada al primer sentimiento de forjamiento de la norma, que es el sentarse alrededor de una mesa. Si es que pensamos que la violencia precede a cualquier relación y la norma la dociliza; o ya sea que pensemos como los más atrevidos pensadores del Siglo 20, que la decisión vinculada en un trato lírico con la violencia es superior a la norma.
Ya sea que pensemos cualquiera de esas dos cosas y el gobierno argentino piensa una sola cosa: la superioridad de la norma. Pero eso no quiere decir que en sus lutos y en sus en sus impromptus, es un gobierno con muchos impromptus, y esos impromptus no siempre son bien pensados o bien reflexionados, no sólo por la oposición que no tendría la obligación de hacerlo, sino por los mismos que los protagonizan, también tenemos esa obligación. Suponen que el sentarse al diálogo, por eso Inglaterra percibe claramente lo que significa sentarse, que es una suerte de acto corporal metafórico, diplomático y casi decisionista en el sentido humanista pacifista, que se contrapone enteramente a una base militar de dos mil personas. Esa es la fuerza metafórica que tiene el acto de sentarse a dialogar. Por eso la Argentina está en un momento excepcional para reformar sus instituciones de derecho, prever todos sus códigos, del de Vélez Sarfield en adelante, replantear el modo en que se realizó la Constitución del 49 y todas sus reformas, y vincular la norma a los enormes vasos comunicantes que tiene toda norma con la poesía, la literatura, la economía. Que finalmente son todos saberes tributarios. Y siento que el modo en que se llevaron las cosas de la Argentina, tumultuosamente, con un tipo de tumulto que recuerda apenas vagamente el decisionismo, porque no es un gobierno decisionista, es un gobierno que tiene aspectos tumultuosos en su profundo respeto a la norma, definiría así este Gobierno. Hay aspectos tumultuosos, se notan a diario, pero esos aspectos tumultuosos se vierten creativamente dentro de la norma de modo tal que ésta no sea una norma fría, una norma abstracta, una norma meramente tribunalicia digamos, sino que hace de los tribunales lugares de una actividad pensante y crítica.
Vivimos un momento además donde el modo de enjuiciamiento y el modo tribunalicio y el modo de tomar decisiones en torno a la justicia se produce en muchos lugares, y no sólo en las instancias judiciales designadas para eso. Sino en las instancias comunicacionales como bien lo explicó numerosas veces el Doctor Zaffaroni llamando a este movimiento “justicia mediática”. Raúl (se dirige al Dr. Zaffaroni, presente en la mesa) si me perdonas es un tema tuyo y yo seguramente lo explicaré mucho peor pero viene el caso de lo que quería decir, efectivamente también es cierto que hay que reconstituir la justicia a los lugares donde la justicia tiene que predominar. Y para que esto ocurra, para que la justicia esté en ese lugar, no considero que sea una serie de justicia aquella donde se haya sentado el Juez Griesa, porque es una sede más bien que imparte justicia comunicacional y que es una justicia parcial, es una justicia sin tribunal, es una justicia sin veredicto, es una justicia sin argumentación, es una justicia sin normas. Es una justicia bárbara, salvaje, incivilizatoria. Y eso lo vemos a diario en los medios de comunicación y en los enormes flujos que suponen también una práctica de ilegalidad que domina en gran medida a gobiernos, a corporaciones, a redes informáticas. La legalidad es productiva y así como es notorio que los grandes textos en los que nos inspirábamos, El capital de Marx, La teoría del dinero Keynes, Hobbes, todos los grandes juristas, Marx de algún modo era un jurista, Aldo Ferrer, escribieron sus textos pensando en un Estado en la legalidad. La dábamos por supuesta, dar por supuesta la legalidad creo que es un movimiento interesantísimo de los gobiernos y de los pueblos.
Y creo que este es un momento complejísimo de la legalidad, donde la damos por supuesta y donde gran cantidad de actividades públicas y privadas, sobre todo de actividades privadas vinculadas al flujo del dinero, al flujo de partes del cuerpo humano y actividades de todo tipo; esta o bajo sospecha de ilegalidad o directamente se reproducen de un modo tal que la teoría del capitalismo debería incluir una fuerte tesis sobre la ilegalidad y su crítica. La ilegalidad es productiva hoy, estar en la ilegalidad es un tema mucho más profundo que el concepto de corrupción, que es un concepto milenario y del cual se acusa a todos los gobiernos populares. Es muy fácil hacerlo así y esto no quiere decir que no exista la corrupción. Quiere decir que hay que tipificarla de formas diferentes donde la productividad de lo ilegal, que está también como tentación en todos nosotros y no poco tiene que ver con lo que los genios de la teoría política, los oscuros genios como Carl Schmitt, la pensaron en términos de una violencia que tenía también su productividad. Y se basaban para ello en el artículo 40 de la Constitución de Weimar que de alguna manera indicaba qué le estaba reservado al soberano la autodefinición de que lo era sólo porque actuaba en un estado de excepción.
Muchas de las medidas en la Argentina se han tomado bajo el régimen de excepción. Muchos textos hoy sobre la historia del actual gobierno indican que su irrupción fue en un momento de excepción, con gente martillando las puertas de los bancos y asambleas en las plazas que se atribuían una enorme y emocionante utopía. Quizás realizable nunca, como era gobernar desde las plazas públicas un complejísimo país, que tenía Atucha I y Atucha II como la Argentina gobernada desde el Parque Centenario. No nos riamos de esa utopía, no iba a funcionar pero podemos decir que en la memoria pública argentina está también esa utopía que el gobierno transformó en algo más productivo.
Recuerdo apenas y ya terminó estos tramos de una discusión que muy rápidamente y muy precariamente he explicado, o más que explicado rememorado a los saltos, porque todo esto tuvo mucha influencia en la Argentina. Y dije antes el nacionalismo argentino, y no sólo en el nacionalismo argentino. En los últimos 10 ó 15 años lecturas como la de Agamben, al que cito nuevamente y no por arrogancia citadora sino que fue muy leído la universidad, fue tomado por sectores progresistas, por sectores afines a las grandes transformaciones. Fue pensado en términos de si es fácil matar a un hombre, muchas personas han escrito interesantes trabajos hoy sobre lo difícil que es matar a un hombre, hay que hacer operaciones muy difíciles para matar. Y sin embargo lo fácil que parecen hacerlo hoy en el mundo por parte de las nuevas configuraciones militares y lo fácil que resultó por el aparato de represión ilegal, por el estado de ilegalidad en que estuvo sumida la Argentina bajo un tipo de legislación no escrita llamado estado terrorista, como lo calificó en su momento Eduardo Duhalde en su libro que inauguró de algún modo el tratamiento del tema. O sea qué legalidad ilegal presidía las decisiones secretas del estado terrorista. En Argentina hay que hacerse cargo de esas dos tradiciones, entonces una fuerte tradición humanística donde ponemos todas las acciones militares del Siglo 19 en torno a la Independencia, es una gran tradición humanística, con lados jacobinos, lados republicanos, vinculados a la Ilustración. Y hay una tradición que inauguró el Ejército Argentino cuando decidió actuar en la ilegalidad, donde decidió que la ilegalidad era productiva y que sea fácil matar un hombre, que era tan fácil como ocultar después esa muerte y al mismo tiempo no ocultarla. Porque era un momento tácito donde el modo en que se decía que no se hacía lo que se hacía, el modo de decir que eran entelequias esas cosas que efectivamente se hacían bajo la forma de un ser constante de terror de Estado, era la forma misma del terror.
Todo eso está suelto y destinado a ser pensado en un nuevo constitucionalismo social, político y teórico en la Argentina. Y recuerdo que éstas fueron discusiones muy centrales durante la Constitución del ´49 y quiero recordarlo en el siguiente sentido: Perón se opone a la presencia de Carl Schmitt en la Argentina. Donde había un proyecto por parte de los diputados que eran los lectores de Carl Schmitt en Argentina, diputados del nacionalismo argentino, después Carl Schmitt fue leído por todas las izquierdas mundiales. Estos dos diputados eran Díaz de Vivar y alguien que todos nosotros recordamos con un distante pero no menos fervoroso cariño como era John William Cooke. Perón en un momento extraño, sabía quién era Carl Schmitt y se niega a invitarlo porque presume que el destino que tenía la Constitución del ´49 no iba a ser el decisionismo sino un lugar que preservara un fuerte lugar de decisión, que era su lugar, y aún Argentina debate ese lugar, el lugar del jefe, el lugar del que genera ciertos principios. El lugar donde hay cierta idea de un principismo autogenerado, es algo que en Argentina se confronta incluso hoy en su momento constitucional más preciso que es el cambio de gobierno. Se enfrenta con el lugar que ocuparía la Presidenta hoy, mañana, en el futuro. Es un dilema crítico y teórico político de gran significación. Pero Perón, sabiendo el compromiso lateral que tuvo Schmitt con el régimen alemán de la guerra, el nazismo, se niega a su presencia en Argentina. La historia posterior todos la sabemos: Díaz de Vivar persiguió su biografía política y la siguió construyendo como jurista dentro nacionalismo y la evolución de John William Cooke que todos conocemos también habla a las claras de la complejidad de nuestra vida política, de la enorme ramificación que tienen las ideas en Argentina, que están entre la norma y la decisión. Y que siempre triunfa la gran norma porque de alguna manera… Derrida dijo “la decisión es un momento de locura”, yo no lo creo así pero la decisión es un momento de excepcionalidad. Y no es nada difícil concluir que para sostener normas más vivas, normas efectivamente democráticas, y que profundicen la vida republicana y no la dejen con un mero normativismo, los momentos de excepción los tenemos que cultivar también con la suficiente capacidad de extraer de ellos la expresión que los tornen formas más dinámicas de la legalidad. Bueno, muchas gracias.
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