Por: Marcela Barbaro* Imagen: "Revolución, el cruce de los Andes" de Leandro Ipiña (2010)
“Cuando no recordamos lo que nos pasa,
nos puede suceder la misma cosa.
Son esas mismas cosas que nos marginan,
nos matan la memoria, nos queman las ideas,
nos quitan las palabras…”
(Quien quiera oir que oiga- Litto Nebbia)
La construcción de los héroes nacionales a través del discurso cinematográfico está sujeto a la ideología política de su época, como a los modelos culturales y sociales que se desean transmitir a la sociedad.
Durante el período histórico conocido popularmente como Onganiato (1966-1970), la industria cinematográfica padeció los embates de la censura y la persecución política a cineastas y autores opositores al régimen, o de tendencia peronista. Muchos artistas, sujetos a ese contexto tan poco promisorio, intentaron seguir trabajando de su profesión, sacrificando el nivel autoral de su filmografía, como fue el caso del cineasta Leopoldo Torre Nilson al incursionar en el género épico.
La falta de libertad se hizo sentir, y el resultado fueron tres películas históricas compuestas por: Martín Fierro (1968); El Santo de la Espada (1970), y Güemes, la tierra en armas (1971), que le aseguraron la continuidad de su carrera cinematográfica, pero sin el brillo de su etapa anterior.
En virtud de cumplirse el “Día del Libertador San Martín”, seleccionamos dos películas argentinas de ficción con miradas y enfoques muy distintos sobre el prócer: El Santo de la Espada (1970) y Revolución: el cruce de los Andes (2010).
El Santo de la Espada, basada en la novela homónima de Ricardo Rojas, contó con el guion de Beatriz Guido (compañera de vida de Torre Nilson), Luis Pico Estrada y Ulyses Petit de Murat. Y fue protagonizada por Alfredo Alcón, en la piel del libertador; Evangelina Salazar, como Remedios de Escalada; Lautaro Murúa en el rol de Bernardo O´Higgins y Héctor Alterio como Simón Bolívar, entre otros.
La película hace un recorte histórico de los hechos comprendidos entre 1812-1823. Y orienta su relato a enfatizar el aspecto militar al que siempre aludieron los textos de historia más tradicionales. En ese aspecto, las imágenes reconstruyen la creación del regimiento granaderos a caballo; la misión encomendada a San Martín para hacerse cargo del Ejército del Norte al mando del Gral. Manuel Belgrano (a quien admira), como el desarrollo de su gesta patriótica al cruzar los Andes con su ejército e independizar a Chile, y luego Perú.
El inicio y el final de ese período, marcan la relación del prócer con María de los Remedios Escalada. Desde su casamiento hasta el fallecimiento de Remedios, con quien tuvo una hija, Mercedes. Un vínculo que le imprime cierto tono novelesco y romántico, que recae en esa joven ingenua que sufre cuando él parte al servicio de la patria. “En todo momento, se preservó la hombría del general, evitando mostrarlo emocionado frente a su mujer”, comentó Alfredo Alcón en un reportaje sobre su rol en la película.
Durante aquel contexto político del 69, el crítico y periodista Homero Alsina Thevenet escribió: “el proyecto de la película fue fiscalizado previamente por el Instituto Sanmartiniano y por diversas dependencias del Ejército. Si Torre Nilson hubiera propuesto un enfoque revisionista o simplemente crítico sobre la época y el personaje, su libreto no habría sido aprobado”.
A lo largo del relato, Torre Nilson exaltó al San Martín estratega, al instructor del ejército, y al ejemplo de militar. El “debe ser” que imponía como modelo a imitar estaba por encima del pueblo. Su figura cargaba con cierta jerarquización del héroe individual, más que del colectivo.
Bajo ese discurso narrativo, que apenas esboza alguna idea sobre la revolución y el armado del continente en Repúblicas, se da paso a la espectacularización de la historia, con la puesta en escena de los campos de batallas y el cruce de los Andes, que entretienen al espectador, no sólo por el trabajo de producción y la música de Ariel Ramírez, sino al reconocer la iconografía de los manuales escolares, o las esculturas del prócer esculpido en mármol.
Pasada las década desde aquella producción, el nuevo milenio nos sitúa en un período de libertad y revisonismo histórico, que enfatizó el ejercicio de la memoria sobre nuestra historia y sus protagonistas.
En el marco del Bicentenario de la Patria, se realizó la Revolución: el Cruce de los Andes (2010), escrita y dirigida por Leandro Ipiña. El estreno tuvo lugar durante los festejos de los 200 años de la Revolución de Mayo. Y contó con la participación de Rodrigo de la Serna en el rol de San Martín, Lautaro Delgado; Juan Ciancio; León Dogoddny, entre otros.
La función paratextual de su título, denota la orientación e intencionalidad de la película. Un cambio de paradigma que se vislumbra al mostrar un mapa de América del Sur durante las guerras hispanoamericanas del siglo XIX, mientras una voz en off anuncia “que el fin de colonialismo ya no es un sueño para los pueblos de América que se levantan para formar sus propios gobiernos”. La epopeya que dará cumplimiento a ese sueño tiene nombre y apellido: José de San Martín.
La película se sitúa en 1880 cuando los restos del general vuelven a Buenos Aires, cumpliendo con el deseo expresado en su testamento. En ese marco, un periodista entrevista al General Manuel Corvalán, quien en su juventud, fue el amanuense del libertador y luego soldado de su ejército en la campaña para la liberación de Chile hasta la victoria en Chacabuco. En el diálogo que entablan, le pide que le cuente cómo era San Martín.
Dividida en secuencias, que responden sólo a un perídodo de su larga trayectoria, desde 1816-1818, se va narrando hacia atrás la formación del ejército del Norte y la travesía que realizó junto a sus hombres, a fin de impedir que el absolutismo se expanda. Veremos la construcción histórica desde el barro mismo, de esos 5200 hombres que defendieron al continente bajo las órdenes y la estrategia militar de un hombre que, como pocos, peleó incansablemente por la independencia de la patria. No sólo arriesgando su vida, sino despojándose de la mitad de su sueldo para la causa, ya que sus demandas no eran acompañadas por los opositores de Buenos Aires.
La figura de San Martín, si bien es mostrada desde su faceta militar, a diferencia de El Santo de la Espada, está dotado del humanismo de un líder que representa a su pueblo. Un hombre de carácter, exigente, de fuertes convicciones, que duda, y a quien no le temblaba el pulso ante sus traidores. Honrrado, amante de la libertad y la igualdad sin distinción, consideraba hermanos a todos los hombres y mujeres del continente americano.
La presencia y el hacer como líder se generó y consolidó con el apoyo del pueblo, quien participó con convicción y sacrificio en el armado de un ejército desprovisto de todo. Ellos fueron los protagonistas anónimos que desearon ser libres, y lucharon para conseguirlo.
Rodada en exteriores en la Provincia de San Juan, y con un gran despliegue de producción y reconstrucción de época, Revolución: el cruce de los Andes, mira hacia el pasado enfatizando el heroísmo de quien, al igual que Belgrano, debió librar con dos frentes de opositores: el dominio realista y, tal vez el más nocivo, el de los propios. La traición interna y sostenida de los sectores conservadores y liberales del gobierno, menoscabaron su figura y no apoyaban nuestra independencia.
Sin embargo, en ambas películas, principalmente en la dirigida por Torre Nilson, no se profundizan las ideas y el pensamiento progresista de San Martín, dejando de lado su labor política, como su aspecto más humanista.
¿Cómo llegó a ser quién fue? Alguien que teniéndolo todo, renuncia al ejército español para presentarse al servicio de la revolución. ¿Quiénes influenciaron su pensamiento y gestaron su formación ideológica?
Fuera de cuadro, como toda imagen que existe a continuación de la pantalla, pero no se ve. Quedó sin destacar su rol como gobernador de Cuyo, donde fomentó la educación, la agricultura, la industria y la mejora impositiva para que sea más igualitaria. La obra ejercida bajo el Título de Protector del Perú, aboliendo la esclavitud, creando escuelas, garantizando la libertad de culto, y de imprenta. Como la ayuda brindada a Simón Bolívar, al enviarle su ejército para liberar Ecuador, dando lugar a su encuentro en Guayaquil, tras la rendición en Quito en 1822.
Otro aspecto poco difundido y visibilizado en la ficción, fue la fuerte oposición de políticos como Bernardino Rivadavia, Carlos de Alvear, entre otros, que tras amenazas y persecuciones, difamaron su persona, conduciéndolo al exilio donde padeció un final de enfermedad y pobreza, inmerecido.
“Estoy aburrido de oír decir que quiero hacerme el soberano. Sin embargo, siempre estaré para hacer el último sacrificio por la libertad del país, pero en clase de particular y no más.”
La oportunidad de realizar obras culturales sobre la vida de los grandes hombres y mujeres de la Patria, permite darles un nuevo lugar; otro, al que la historia escrita, muchas veces les ha negado. El discurso cinematográfico inscribe nuevas miradas sobre el pasado, a través de la construcción de imágenes que legitiman los hechos patrióticos y los emblemas nacionales que nos identifican como Nación.
*Lic. En Relaciones Públicas y Crítica de Cine
Las opiniones expresadas en esta nota son responsabilidad exclusiva de la autora y no representan necesariamente la posición de Broquel.
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