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¿Cómo ejerzo mi profesión?

Por: Ligia Silvana Páez de Gamarra 
Imagen: El Quijote, Salvador Benjuya, MNBA  

Compartimos el trabajo final presentado por Ligia Silvana Páez de Gamarra de San Miguel de Tucumán en el Seminario “Cómo defender al Estado” brindado por la ECAE. “Como abogados del Estado no tenemos que tener una actitud complaciente frente al derecho y a la realidad social, no podemos ir por la vida cual  regla técnica de aplicación del derecho y relegar al otro al resultado de esa praxis jurídica”.

Los grandes hombres sobrevivirán en la memoria; pero cada uno de ellos fue grande según la importancia de aquello que combatió. S Ö R E N  K I E R K E G A A R D

Si me preguntan cómo defender al Estado, me vienen a la mente muchas de las actividades que realizamos todos los días los abogados que servimos a esta Nación a fin de proteger sus derechos y ser parte del cumplimiento de sus obligaciones.

Otros quizás, dirán que defenderlo es a través de la capacitación continua y la especialización en las distintas esferas del derecho y del derecho administrativo en sí.

Pero (siempre hay un pero, decía mi abuela) lo que no hicimos como abogados del Estado fue salir de la autoculpable minoría de edad.

La minoría de edad, decía Kant, consiste en esa incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la guía de otro. Por eso, él entendía que el culpable es uno mismo por esa falta de decisión.

Los valores propios de la Ilustración sobre los que Kant escribe (1), dejan ver que, independientemente del tiempo histórico en el que nos encontremos, pensar por nosotros mismos implica salirnos del cómodo lugar en el que nos encontramos, liberar el espíritu, despojarnos de los prejuicios y a la vez, empezar a tener sentimientos de incapacidad, frustración, miedos.

Ciertamente, siempre se encontrarán algunos hombres que piensen por sí mismos, incluso entre los establecidos tutores de la gran masa, los cuales, después de haberse autoliberado del yugo de la minoría de edad, difundirán a su alrededor el espíritu de una estimación racional del propio valor y de la vocación de todo hombre a pensar por sí mismo. Creo que esto nos llevamos del seminario, atrevernos a pensar.

Hoy vemos que se “piensa contra”, es decir pensar para encontrar confirmación todo el tiempo de lo que pienso. Esa, esa es una actitud antifilosófica o autocomplaciente. Ese “pensar contra” nos llena de tranquilidad, pero la idea es que estemos intranquilos que podamos ponernos a prueba.

Tenemos que cuestionarnos pero no debemos hacernos preguntas fascistas, porque de ellas sólo obtendremos respuestas fascistas (en el sentido foucaultiano del término (2)).

No tenemos que preguntarnos qué es ni preguntarnos por qué. Debemos preguntarnos cómo, diría Foulcault. ¿Cómo ejerzo mi profesión? Esa es la cuestión.

Así como Clément Thibaud se cuestionó respecto a  “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos” de Monteagudo: “¿Cómo pudo nacer un cuestionamiento sobre la naturaleza de la ley, del poder real y de su rol en América, en el seno de una disposición conceptual que provoca prácticamente un efecto de ceguera con respecto a toda novedad? (3)”, no menos cierto es que el discurso emancipatorio logró apoderarse de hombres que se permitieron pensar por sí mismos y que, fruto de ello, tenemos esta Nación, libre y soberana.

Como abogados del Estado no tenemos que tener una actitud complaciente frente al derecho y a la realidad social, no podemos ir por la vida cual  regla técnica de aplicación del derecho y relegar al otro al resultado de esa praxis jurídica. El otro existe antes del derecho ¿a qué otro me refiero? Me refiero al otro disminuido, al otro pobre, al otro sabiendo que en su vida y en las venideras de su descendencia, quizás siempre sea pobre, me refiero al que no tuvo oportunidades y que quizás nunca las tenga. No es vulnerable, es pobre muchachos. Pensemos en todo lo que no decimos cuando decimos. ¿Qué no decimos cuando decimos barrios vulnerables, gente vulnerable? No decimos el compromiso que asumió el Estado cuando por acuerdo de voluntades en el sentido roussoeauniano del término, dejamos en manos de los gobernantes la toma de decisiones y con ella la obligación de rendir cuentas.

Defender al Estado va de la mano con eso, con pensar, atreverse a pensar. Hoy nos vemos cruzados por la técnica en la profesión la que nos facilitó mucho el ejercicio, pero ¿por qué lo menciono, por qué es importante esto para el abogado del Estado? Porque si bien la técnica implementada en todos los escalones de la profesión, incluido el GDE, notificaciones electrónicas, etc etc etc, nos facilitó el ejercicio  profesional nos limitó el contacto personal y con ello todo lo que pasa cuando uno se enfrenta –en el buen sentido de la palabra- con el otro-.

La velocidad de la modernidad en ese sentido, obedece al espacio que proponen/imponen las nuevas tecnologías en todos los ámbitos, inclusive el ámbito jurídico como ya mencioné.  La metrópolis está constituida por la muchedumbre (les foules), por las masas de substancia anónima e insignificante de la cual formamos parte. Y las tecnologías/técnica, nos permite alejarnos cada vez más del otro.

Baudelaire utilizó el relato The man of crowds, de E. A. POE para construir la figura del flâneur, del paseante  ocioso que mira desde dentro de la muchedumbre, fundido en ella.

Como bien señala Feliz de Azúa respecto al paseante anónimo de Baudelaire, y que yo propugno que seamos nosotros, los abogados del Estado, se trata de una figura esencial, un observador, un detective que interpreta las huellas mínimas de esos signos que escapan al mundo y los trae al tapete para hacerlos familiares (4), para entender que el derecho va más allá incluso de las leyes ya que somos parte de la subjetividad que regula, somos seres que tenemos la obligación de sentir al otro, no ser indiferentes frente al oprimido, al pobre, al desventajado, y eso, y eso precisa de una actitud caballeresca que nos permitirá quizás no esclarecer ningún crimen (como diría Baudelaire en Spleen) pero sí aceptar a la metrópoli como fuente de criminalidad.

El flâneur muchas veces fue mal entendido, no es el vago que transita mirando todo, sino el observador expectante de una realidad de la que forma parte, que no naturaliza lo dado, que no naturaliza la pobreza, el hambre la desventaja o la necesidad que sufre el otro. El flâneur ve eso y lo interpreta. El flaneur estando dentro de la masa, la interpreta, y así alcanza la mayoría de edad en sentido kantiano. Esa debe ser la actitud que debemos tener también, en el ejercicio de nuestra profesión. Y digo también porque el resto es claramente imprescindible.

Como bien señala Flavia Costa: conocemos bastante sobre la aceleración técnica: sabemos que es uno de los ejes fundamentales de la gran transformación que viene atravesando el mundo en los últimos cuarenta años. Una transformación tanto en el nivel de las infraestructuras materiales (se han creado y tendido redes informáticas, cables submarinos interoceánicos, aeropuertos gigantes, medianos y pequeños, centrales nucleares, plantas petroquímicas, satélites, represas hidroeléctricas, laboratorios de biotecnología y de ingeniería genética) como en las energías que se liberan (algunas de altísima intensidad, como la atómica), pasando por inéditas formas de relación entre lo viviente y lo no vivo, entre lo humano y lo no humano, e incluso entre los seres humanos –como en la selección o “programación” de un niño por nacer cuya dotación genética pueda salvar la vida de su hermano, o en el desarrollo de un sistema financiero internacional manejado en un 80 por ciento por inteligencia artificial (5)

La técnica es parte de nuestra contemporaneidad, la técnica nos atraviesa, nos da frutos, muchos, pero también nos lanza al corazón las más terrible de las heridas.

A comienzos de este año, dice Costa, antes de la apertura de Foro Económico Mundial de Davos, en Suiza, se conoció el informe anual de la organización no gubernamental Oxfam sobre desigualdad, según el cual 2.153 personas tienen hoy más dinero que los 4.600 millones de personas más pobres del planeta, el 60 por ciento de la población mundial. También la ONU alertó sobre este tema: en 2018 un equipo de nueve relatores emitió un comunicado informando que el 82 por ciento de toda la riqueza creada en 2017 fue al 1 por ciento de la población más privilegiada, mientras que el 50 por ciento en los estratos sociales más bajos no vio ningún aumento en absoluto.

Vuelvo al comienzo. ¿Y cómo se supone que podamos defender al Estado en estos términos? Claro, claro como el agua, no haciendo la vista gorda, tener un espíritu emancipador o revolucionario cual Monteagudo o San Martín; saber que existen, y que son ellos… SUJETOS. Cada uno de los abogados que quizás lean este artículo sabrán como dejar de ser indiferentes, cada uno desde el lugar que ocupa.

Espero con estas líneas de pensamiento poder tener el placer de decepcionar, ese placer que se da cuando le frustras al lector la idea preconcebida o prejuiciosa de lo que añoraba leer, porque eso me dirá que alcancé el objetivo. Y como dijo Godard: nada de ideas justas, justo una idea.

1 – Kant, Immanuel. Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (1784). Compilación: Felipe González – País Global.

2 – Michel Foucault, Una introducción a la vida no fascista.

3 – THIBAUD, Clément, “La Academia Carolina de Charcas: una ‘escuela de dirigentes’ para la independencia”, en: Barragán, Rossana, comp., El siglo XIX: Bolivia y América Latina. Traducción del artículo de Marcela de Grande.  Muela del Diablo, La Paz, 1997: 39-59, pag 47, citado por ALTUNA, Elena en “Un letrado de la emancipación: Bernardo de MONTEAGUDO”.

4 – Felix de Azúa (1992). El artista de la modernidad. Revista La Caja. Pág 25-29

5 – Costa, Flavia. “La pandemia como ‘accidente normal’” en revista Anfibia, http://revistaanfibia.com/ensay o/la-pandemia-accidentenormal/ 

Las opiniones expresadas en esta nota son responsabilidad exclusiva de la autora y no representan necesariamente la posición de Broquel.

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