OPINIÓNTAPA

De liberales a republicanos, por Guido L. Croxatto

Por: Guido L. Croxatto
Imágen: De la serie Pulpería, Provincia de Buenos Aires, Rubén H. Guzmán, 2001, Museo Nacional de Bellas Artes

“El respeto de la cuarentena puede dejarnos una valiosa y doble enseñanza: como sociedad, que somos capaces de trabajar juntos, en forma republicana, por el otro. Y para la dirigencia política, que son capaces (¡por fin!) de unirse más allá de las diferencias, en aras de un bien mayor, el bien común. Ambas enseñanzas tienen el mismo eje: la unidad”.

El honor en la Grecia Antigua

Benjamin Constant da un paso central cuando, en su texto famoso, denuesta la libertad antigua, frente a la libertad de los modernos, dejando de lado una vieja contraposición, entre quienes defienden la dignificación y el honor político derivado del compromiso cívico y social y aquellos que, ante la crisis de la polis griega, como Epicuro, prefieren el retiro a los jardines privados, alejados de toda participación política. Estaba marcando así la principal división de la teoría política contemporánea.

El debate sobre la libertad sigue vivo. En Epicuro el “deshonor” cobra la forma de una filosofía hedonista y privada. Personal. Un retiro privado en una polis en crisis, en ruinas. Una salida individualista, individual. No comprometida. Por eso la anterior gestión de gobierno hacía sus fotos bajo la estética privada del barrio cerrado (country), del jardín con el pasto bien recortado, la sombra prolija de los arboles (que contrasta con el desorden público). Por eso un banco como HSBC podía prometer a los paseantes esteños y de Carilo y Pinamar en 2014 “un verano epicureo“. La filosofía esta detrás de cada palabra. A menudo no lo sabemos. Pero hasta detrás de los mensajes de un banco extranjero se esconde un filósofo (en este caso, Epicuro).

En Grecia se designaba con el termino “idiota” a quienes no participaban de lo público y político, derivado del ejercicio activo de la defensa militar. A quienes no se comprometían: esos eran los “idiotas”. Maquiavelo es un autor importante para la tradición republicana, porque creía que las guerras sanas eran las guerras defensivas, que generaban cohesión en la sociedad y promovían la vitalidad publica: el compromiso personal con la República. Entendía que sin un compromiso fuerte, real, la república degenera y se corrompe. Es muy probable que Maquiavelo, tan mal leído y cuyo nombre ha sido tan bastardeado (por quienes nunca lo han leído), tuviera razón. Ernst Cassier, en su libro El mito del Estado, (cuya lectura es parte de la bibliografía obligatoria del seminario Cómo defender al Estado) le dedica dos capítulos a la reivindicación de la honra de Maquiavelo.

El eje de la vida política pre-moderna eran los honores. La libertad positiva se entendía como participación. No como “no interferencia”, sino como compromiso. El comercio privado ha dado vuelta la definición de nuestra libertad, la libertad “moderna“, es hija dilecta de un contramensaje, donde la preeminencia no es ya de la comunidad, sino del individuo: la persona privada, encerrada y sola. La libertad negativa como no interferencia es hija de este proceso (viene de Isaiah Berlin), donde importan menos los “honores“ políticos que los beneficios privados. La modernidad individualista es hija de esta inversión “apolítica“, donde el honor político pierde peso y deja de importar el grado de nuestra participación pública y de nuestro compromiso con los demás: sólo cuenta el beneficio privado, no el compromiso público. Así se deforma nuestra libertad: se corrompe, diría con razón Maquiavelo. De esta reducción en la mirada de lo “público” es hijo el neo-liberalismo (Friedman, Hayek), que se contrapone (por eso tiene un nuevo nombre) al “viejo” liberalismo político, que era un liberalismo igualitario (que nosotros sí defendemos).

Quienes creemos en la virtud civica, entendemos que la libertad positiva debe tener preminencia en la tradicion republicana, porque el compromiso político parece más destacado y más virtuoso que el consumo privado e individual (por eso algunos desdibujan tanto la nueva libertad política, diciendo que se „vota“ en la política como se “vota“ cada vez que se compra en un supermercado, como si elegir un político, un representante, fuera lo mismo que elegir un detergente o un tomate, diluyen la importancia del honor político, implícito en el acto de votar). Debe volver a rescatarse, frente a la pobreza de su contracara negativa como mera no interferencia, que es una libertad comercial, privada, „de elegir“, pero donde los que verdaderamente son libres, son muy pero muy pocos. Cada vez menos. La pobreza abarca a la mitad de nuestros conciudadanos. Como sostiene Thomas Pogge, la pobreza extrema debe empezar a ser vista como un crimen. Como un crimen de lesa humanidad incluso. No solo como una “incompatibilidad“ con nuestra democracia civil, que de todos modos lo es. Una democracia constitucional necesita de una participación activa de todos en la construcción de una sociedad más igualitaria. Una sociedad con tantos pobres, no es “libre”. Y no es “libre“ porque no es justa.

La libertad republicana  

En su defensa de la tradición republicana, Philip Petit hace una distinción y un aporte a la división clasica de Isaiah Berlin, que dividia a la libertad en dos mitades iguales, positiva (que no le gustaba y a la cual consideraba demasiado „jacobina“ y „popular“, reflejo de la participación „antigua“ en la polis) y la negativa, que es la (libertad moderna, e individualista) que se ha ido imponiendo, como „no interferencia“ (en la vida personal…, privada, centrada en el comercio) por parte de terceros o del Estado (que encarnan lo público y “político“ como un „mal“, cuando se denuesta la política, se denuesta la polis, la participación en la cosa pública, en la res pública, hablar mal de la politica es ser anti democrático, de hecho el Proceso vino a salvar a los argentinos de los males de la “ideologización“ política). Esta última concepción es separada con gran inteligencia por Philip Petitt del legado de la revolución norteamericana. Más bien quienes defienden la libertad como “no interferencia“ fueron detractores (“liberales“) de la independencia norteamericana y no a la inversa, como a veces se cree o se repite. Los cultores de la “libertad negativa“ hubieran preferido seguir siendo una cómoda colonia británica (Scalabrini Ortiz diría que algo no muy diferente pasó entre nosotros). Algo semejante a lo que ocurre u ocurrió con el liberalismo conservador argentino. Casi una contradicción o un contrasentido, porque el liberalismo nace como una corriente progresista (liberal frente a las cadenas), no como una corriente conservadora. Las desviaciones y malformaciones (la decadencia sin fin) del pensamiento argentino, en una palabra.

Philip Petitt defiende una versión republicana de la libertad. Trata de no caer en el maniqueísmo que Isaiah Berlin le propone. Sitúa su trabajo más allá de las dos alternativas de hierro (libertad positiva o negativa).

Pero discutamos la tesis central del libro de Petit: la concepción republicana de la libertad (defendida por él) no es una concepción positiva. No es tampoco negativa, en la medida en que no se reduce a “no interferencia“, sino que la expande a „no dominación“. Separa Petit ambos conceptos: dominación no implica interferencia, interferencia no implica dominación. Entendemos sin embargo que Petit se mueve más por el afán de no caer en lo que Berlin define como libertad positiva, que por una reivindicación clara de un concepto intermedio de la libertad, que no sea tan pobre como la negativa (no interferencia) ni una libertad tan “populista“ (SIC) como la libertad positiva en la estela de Rousseau.

La tradición republicana defiende la libertad positiva por encima de todo. Esta es la lectura que hacen Constant y Berlin de la libertad de los antiguos, que nosotros aqui defendemos (frente al “retiro“ al “jardin“ privado, propuesto por Epicuro en medio de la crisis política, y por algo la estetica de la fotografia era, como dijimos antes, la estetica de los jardines privados). Entendemos que la búsqueda republicana de Petit es correcta, pero su búsqueda de una “libertad intermedia“ entre los dos extremos propuestos por Berlin no resulta convincente ni posible. La libertad positiva en el sentido de participación y compromiso, como un instrumento de civismo, que permite progresar en la causa de la grandeza cívica, es la verdadera y tal vez única concepción republicana, que defiende el lugar de las leyes que, en palabras de Rousseau, „nos fuerzan a ser libres“. Fuerzan la libertad. Como los norteamericanos forzaron una independencia que nadie les regaló. La conquistaron luchando. Sólo así fueron „libres“. No como „no interferencia“, sino como no dominación, pero esa no dominación no fue un obsequio: fue una construcción colectiva, un trabajo conjunto y difícil, que demandaba un compromiso activo. Rompen las cadenas –cómodas a veces, la servidumbre voluntaria- de la esclavitud y la desigualdad, los estamentos que siguen en pie con otros nombres. Porque nuestras sociedades aun siguen teniendo estamentos. No hemos construido aun sociedades del todo democráticas ni libres. Su construcción republicana es aun una tarea pendiente.

La desobediencia civil

El ensayista Juan José Sebreli propone, retomando una expresión famosa de Henry Thoreau, la “desobediencia civil“ frente a la cuarentena coordinada por los gobiernos de la Nación, la ciudad y la provincia de Buenos Aires.

Se suele pedir unidad y capacidad de coordinación a nuestra dirigencia política. Esta pandemia ha mostrado por fin un valioso trabajo conjunto y coordinado. Lo más parecido a una política de estado que hemos tenido en muchos años, un ejemplo de que podemos acordar y trabajar juntos en aras del bien de todos, más allá de nuestras diferencias partidarias. Política de Estado, esto es lo que puede enseñarnos la unidad frente a la pandemia. En este contexto, llamar a la desobediencia civil es una muestra, como diría Borges, de “nuestro pobre individualismo“, que antepone en forma ciega los intereses particulares al interés general, encarnado en este caso en el cuidado de la salud pública, que supone también el cuidado del otro. Los miles de adolescentes y chicos aislados dan una enorme muestra de civismo. Ellos no son un grupo de riesgo. Pero están aprendiendo algo valioso: el bien común como un bien mayor al propio.

Hay una mala ponderación de derechos en nuestros colegas Lorenzetti, Gargarella y Sebreli; las libertades individuales son muy importantes, nadie dice que no, pero más importante es el cuidado de la salud y la vida en circunstancias altamente excepcionales que fuerzan a priorizar derechos, donde lo que está en riesgo, como vemos dolorosamente en países hermanos, no es el porvenir de un negocio o comercio (que también importan), es la vida de miles de personas (que importan aun más). No es un juego. Como dijo Pedro Cahn: debemos evitar que la cuarentena sea victima de su propio éxito. La cuarentena busca salvar vidas.

Invirtiendo el argumento, también habria que preguntarse cuánto nos preocupa realmente la libertad civil de las personas sometidas a la pobreza, que han vivido décadas enteras sin ninguna “libertad de elegir“ (expresión de Friedman) nada. Y sin embargo, hablamos muy poco de la libertad civil de estos sectores hundidos en el hambre, la marginalidad y el hacinamiento. Ellos también merecen la libertad. Borramos ese debate diciendo que son “pobres“. Pero qué libertad tiene una familia que revuelve la basura? Ninguna. Eso también es falta de libertades civiles. Esos chicos que juntan cartones no son libres.

El debate político entre liberales y republicanos puede ilustrar este punto, entre quienes defienden y quienes impugnan la cuarentena. Para el liberalismo la ley seria una “concesión” que hay que aceptar. Poco más que eso. Para el liberalismo, la libertad es apenas la “no interferencia” en la propia vida. La ley es un acto de autoridad (un “obstáculo externo” a su acción). Por eso unas pocas personas protestan, en nombre de la “libertad personal“, contra la cuarentena. Un republicano, en cambio, entiende que el civismo social nos hace libres, entonces la cuarentena es parte de la defensa civil de nuestra libertad mayor: la vida en sociedad.

Para un liberal anarquista (como Thoreau, de quien Sebreli toma la frase), solo se es libre dándose uno mismo las normas. Para Hobbes solo es se es “libre” en aquellos campos que no regulan las normas. El republicanismo no se condice con la visión liberal.

Al defender la cuarentena somos “libres” en la versión republicana, que defiende la construcción de una república que requiere un orden jurídico. Un Estado de derecho. Para los republicanos las leyes pueden ser un instrumento del civismo. El respeto de la cuarentena puede dejarnos una valiosa y doble enseñanza: como sociedad, que somos capaces de trabajar juntos, en forma republicana, por el otro. Y para la dirigencia política, que son capaces (¡por fin!) de unirse más allá de las diferencias, en aras de un bien mayor, el bien común. Ambas enseñanzas tienen el mismo eje: la unidad. 

Para los republicanos las leyes hacen posible la libertad, no son una “interferencia“ ni un “obstáculo“. Las leyes incentivan el civismo, y eso es lo que nos hace libres. La ley es una causa de la libertad.

Para un republicano hay una relación mucho más estrecha entre la ley y la libertad. Para el liberal la ley es un “obstáculo”. Maquiavelo es un republicano que defiende una relación muy estrecha entre ley y libertad, por eso Maquivaelo es visto como un autor republicano, no liberal. Quienes impugnan las medidas de la cuarentena, en definitiva, dicen que lo hacen en nombre de la constitución y sus libertades (frente a las cuales la administración pública „interfiere“), pero no lo hacen -no pueden hacerlo, como vemos- en nombre de la República.

*Director Nacional de la Escuela del Cuerpo de Abogados del Estado

Las opiniones expresadas en esta nota son responsabilidad exclusiva del autor y no representan necesariamente la posición de Broquel.

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