OPINIÓN

Siempre podremos celebrar, no dejando de lado ni la historia ni el contexto

fojas
Por: David Kronzonas

“La abogacía pública no es sólo un saber técnico. Siempre el saber técnico estará atravesado por la política. Ese componente es determinante. Y es aún más concluyente para aquellos que prestaron sus servicios en tareas de asesoramiento por fuera de la línea; ya que la confianza se construye en el afuera y para el caso de alcanzarla las gestiones no duran más de dos años, quizás a lo sumo cuatro; para luego a volver a empezar, como el mito de Sísifo, tan bien escrito por Camus. Por otro lado, los servicios jurídicos del Estado nacional han gozado de cierta permanencia y estabilidad aunque no quita los desplazamientos realizados, ni las denuncias penales efectuadas, muchas de ellas sin fundamento alguno con tintes claramente persecutorios”.

“Y en cambio piensa esto: que haya una Ley:

¡Eso deberías saludar cual milagro!

Y que haya quien se revele,

no es más que obvia banalidad”.

Schönberg   

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“Fabricar al hombre es decirle el límite y el límite es el Otro”.

P. Legendre

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Toda escritura terminará finalmente siendo biográfica. Escribir sobre un tema, darle forma significará seleccionar un interés, un recorte, una selección desechando otros supuestos y que tendrán que ver tanto con nuestras inclinaciones o preferencias, pero también con nuestra historia; de quienes somos a partir de aquello que esas circunstancias y no otras hizo de cada uno de nosotros. Borges nos dirá que los libros se escriben solos; que por mucho que pretendan los autores elegir sus temas, es el tema que viene a decidir su propia expresión. Quizás deberemos tener en cuenta un poco de ambos: si bien toda escritura se autonomiza siempre elegirá una preferencia por sobre otra. Toda escritura tiene que ver con nuestro haber, sin el cual dejaríamos de ser aquello que somos y de respetar ese lugar de dónde venimos.

Mirar hacia atrás dentro del marco de la abogacía pública, dentro del desarrollo de la profesión de abogado en el Estado nacional y luego de más de treinta años de trayectoria; implicará mirar el desarrollo de la propia carrera administrativa, del recuerdo de los ya no están, o de los que se quedaron en el camino, de los que fueron prescindidos o desafectados; de los que no pudieron seguir, de los que simplemente abandonaron. Veo allí momentos de gran exposición y otros de significativo ocultamiento, de generar complicidades con excepcionalidades fulgurantes cuyo brillo personal y académico fueron en sí mismas experiencias maravillosas y que atesoro como momentos simplemente únicos, la realización de batallas que en su momento me parecieron memorables, de algunos aportes perdurables; de amigos/ as entrañables, pero también de ciertos sin sabores y amarguras, de miserabilidades y traiciones. Tan sólo luces y sombras, sólo esto. El pasado no es otra cosa que aquello que nos trajo hasta aquí.   

La abogacía pública no es sólo un saber técnico. Siempre el saber técnico estará atravesado por la política. Ese componente es determinante. Y es aún más concluyente para aquellos que prestaron sus servicios en tareas de asesoramiento por fuera de la línea; ya que la confianza se construye en el afuera y para el caso de alcanzarla las gestiones no duran más de dos años, quizás a lo sumo cuatro; para luego a volver a empezar, como el mito de Sísifo, tan bien escrito por Camus. Por otro lado, los servicios jurídicos del Estado nacional han gozado de cierta permanencia y estabilidad aunque no quita los desplazamientos realizados, ni las denuncias penales efectuadas, muchas de ellas sin fundamento alguno con tintes claramente persecutorios. En este sentido resulta primordial la tarea de capacitación que desde la Escuela del Cuerpo de Abogados del Estado –ECAE- se brinda tanto a los integrantes del Cuerpo como a los abogados de la Administración Pública Nacional prioridad que es sostenida en el hoy por las más altas autoridades de la Procuración del Tesoro de la Nación y de las autoridades de la Escuela en la defensa del interés nacional teniendo también por horizonte ese presupuesto y una férrea convicción federal.

Sin embargo, la suerte del Estado está atada irremediablemente a la de la Nación que sin perdonar excepciones estuvo signada por la desigualdad social, el resentimiento de clases y la incertidumbre económica lo cual condujo a una lenta y melancólica declinación hacia la mezquindad y la insignificancia. Muchas de estas respuestas están en la peculiar mentalidad divisoria del siglo XIX, una mitología de la exclusión, una receta de oposición y de supresión antes que de pluralismo u otredad donde sólo en la divergencia se podrá alcanzar la convivencia; y que de hecho perdura insistentemente en la actualidad. La Argentina es una casa dividida contra sí misma. Esas divisiones llevan a un “impasse” letárgico en que la rivalidad, la sospecha, el odio de uno por el otro implicará afirmar una idea distinta de la historia, de la identidad y del destino.

Los “banderazos” son convocados por una fuerza política que endeudó al país, concentró aún más la riqueza, descuidó el empleo y la producción, primarizó la economía, apostó a la financierización, que subordinó la política exterior a los intereses extranjeros, destruyó la salud y la educación pública y regresó a las políticas del FMI en un todo contrario a los intereses de la soberanía nacional. Si pensara en algún desafío para la abogacía pública este siempre será el de la lealtad a los intereses populares, a las convicciones frente a la difamación, la delación y la defección que condujeron a un “Lawfare” de doble vía: de persecución (a la oposición) y de impunidad, y a la construcción de un Estado siempre presente y solidario. “Ellos” se arrogan ser los luchadores de la libertad, los que no quieren ser “Valenzuela”, o del reclamo por la muerte del fiscal “Bisman” (no es error de tipeo en ambos casos). Una palabra de moda: terraplanistas, otros los anti-vacunas –aún menos “la rusa” señalan- (que han habilitado explicaciones de -uno y otro lado- que invocan a la mueca de lo que fuera un drama: la guerra civil europea que irremediablemente terminó en el siglo pasado), defensores de la propiedad privada y finalmente, insultadores seriales como único acto de valentía.

Las pujas devaluatorias en la Argentina –de la mano del poder económico- siempre fueron contrativas –pérdida adquisitiva del salario, inflación y transferencia regresiva de los ingresos- para aquellos sectores que cobran en pesos; de la mano de un “consenso” ortodoxo local que tan sólo reclama un nuevo ajuste fiscal en medio de la pandemia, yendo aún más allá que las recetas del mismísimo Fondo. Argumentos pobres que sólo repiten aquellos que escuchan los cantos de los medios hegemónicos, los anarco-liberales, la ultraderecha del “führer” local Biondini y el discurso del “Nuevo Orden”. Todos ellos no forman más que un planeta bizarro de pura confusión y distorsión, de medias verdades, de tan sólo slogans de vuelo perdicero. Lo cual me permita afirmar que: no hay derecha lúcida en la Argentina, ni tampoco argumental –como sí la supo haber aquí y en el mundo- y que el discurso ascendente de esa derecha dura parece haber encontrado su techo. Ese discurso rígido –de antagonismo y violencia- no encuentra mella en una sociedad que desea mirar hacia adelante, reconstruirse, levantarse, vivir mejor, en un país “normal” como decía Néstor Kirchner, previsible.        

Hagamos un poco de historia. Descubrir el pasado es descubrir el presente. Una historia más allá de los héroes y traidores de Mitre (1) en la necesidad de vincular política e historia, que mire más allá de la dictadura de una historia falsificada pero silenciada, a examinar la historia para ponerla al servicio de una política nacional (A. Jaureche). Rosas, significó un compromiso entre Buenos Aires y el interior, unidos en una política defensiva contra la invasión anglo-francesa y las fuerzas que secundaban sus planes para desintegrarnos. Buenos Aires retiene la renta del puerto pero encabeza la lucha contra el extranjero. Vale recordar que la ley de Aduanas protegía a la industria artesanal local y que no se contrajeron empréstitos. En 1852 se tuvo la intención de integrarse como nación moderna, como unidad económica con mercado interno único y el puerto de Buenos Aires puesto al servicio común como base para un desarrollo autónomo. Sin embargo, en la Argentina primero se constituyó el Estado y luego la Nación (2) y ese Estado, respondía a los intereses de pocos. Caseros significó una derrota nacional y la restauración de las condiciones antipopulares. La Patria es vista como puerto. Allí finalizo la disputa entre el puerto de Buenos Aires cosmopolita, librecambista, vehículo de ideas e intereses que convenían a Europa y que se imponía sin más, al resto del país; y otra (nacionalista) popular que veía al país en su conjunto y como parte de una unidad mayor, latinoamericana.

Una vez que la Argentina –como mercado complementario- quedó incorporada como satélite de la potencia dominante (Gran Bretaña), se unifica en la política de la oligarquía portuaria. La burguesía comercial (portuaria) afirmó su control al haberse constituido también como burguesía terrateniente. Argentina no dejó de ser una zona marginal del centro capitalista inglés; pero también una dependencia ideológica y política donde debía procurarse que crezca la economía agraria para que fluya a la metrópoli y que no surjan industrias que desequilibren la “división internacional del trabajo”. El enriquecimiento de la región pampeana significó el estancamiento del interior. El liberalismo que en Europa expresaba las necesidades e intereses de la burguesía revolucionaria se convirtió –en manos de la facción unitaria- en un sistema de enajenación nacional, de servidumbre colonial, que nada tenía que ver con los requerimientos de nuestro desarrollo burgués. Hubo siempre una constante cultural dada por una oligarquía que obtenía sus ganancias de la renta absoluta y diferencial de la tierra  y que participaba a través de su sector más privilegiado del monopolio inglés de nuestro comercio de carnes. R. Scalabrini Ortíz señalaba que endeudar un país en favor de otro hasta el límite de su capacidad productiva es encadenarlo a la rueda del interés. La multiplicación de la riqueza siempre será inferior al incremento del capital y donde tarde o temprano el acreedor absorberá al deudor. El capital siempre centraliza y permanentemente concentra.    

Los antagonismos dejaron de lado la estructura semi -colonial que a su vez fijó el marco cultural –con gravitación en la cultura universal y en particular en la Europea permanentemente divorciada del país, siempre ajena a los intereses sociales y económicos internos- en el que la lucha política se desarrolló integralmente. La minoría dominante tuvo el poder hegemónico para imponer coactivamente esos valores y toda resistencia –cual mandato sarmientino- será tildada de barbarie y el ejército nacional mitrista será su instrumento de disciplinamiento. La dependencia económica aseguró la esclavitud mental.

Desde hace muchos años la Argentina se mece en una tensión entre un poder económico con poder suficiente para sobrevivir –que hoy opera en áreas monopólicas o dominantes y siempre subordinados a la valorización financiera de sus excedentes que dolarizan o fugan y donde su destino siempre está escindido del común, de la suerte de todos nosotros-; y un movimiento de masas –dotado de una memoria histórica de reivindicación-  al que se lo jaquea pero no lo suficientemente como para suplantarlo. Habrá que tener en cuenta que el modelo “desarrollista” que apueste al mercado interno no le será útil al capital concentrado; sólo un modelo económico de tipo de cambio elevado que licue el costo salarial y beneficie la salida exportadora, será acompañado por estos. El capitalismo neoliberal hegemonizado por las fuerzas globales sostienen un modelo aperturista de privilegio a la producción de materias primas agropecuarias y de predominio de las finanzas. Los Medios concentrados en la Argentina defienden estos intereses. Estas son las fuerzas económicas que acompañaron a “Cambiemos”. Estos son los desafíos.

La política económica de la recuperación post-pandémica –a pesar del gesto político que valoro a partir de la convocatoria a sumarse a ese fin por parte del gobierno nacional en un “gran acuerdo” comenzando por AEA- no podrá estar depositada en el capital concentrado de la Argentina. “Ellos” no estarán dispuestos a poner en discusión ni sus privilegios, ni su capital simbólico acumulado. Si la política no interviene, la sociedad tornará más injusta y más violenta en la desigualdad. No entienden que ese escenario también afectará al poder que ellos representan. “Ellos” sólo piden mayor ayuda por parte del Estado, sin contraprestación alguna y desde luego ser los actores que participen activamente en la construcción de la agenda para la Argentina en los próximos años. Si la Patria es un hecho psicológico y social en tanto conciencia colectiva de un destino (J.J. Hernández Arregui), “Ellos” carecen de vocación de ser un sujeto social activo en el objetivo de fortalecer un proyecto que valorice la unidad para los fines comunes. El “ser nacional” -señalaba este último autor- emergerá como comunidad escindida, múltiple, en desarrollo y en discordia. Será voluntad de construir una nación y sólo allí, se podrá interrogar y traducir la realidad nacional. Sólo allí la “seguridad jurídica”, el “Estado de derecho” y la “justicia independiente” tendrán un sentido otro. Es allí donde podremos finalmente, descorchar.

1 – Los historiadores argentinos propiciaron dos bandos enfrentados: uno liberal y porteño; el otro nacionalista y provincial. La historia porteña liberal construyó la así llamada, “Historia Oficial”; el creador de esa historia –que pretende explicar el pasado a través de los grandes hombres y las minorías ilustradas- como campo de batalla donde sólo Buenos Aires podía triunfar, fue sin duda Bartolomé Mitre –defensor incansable del privilegio porteño-, el rival de Alberdi y Urquiza pero sin el cual, la Argentina moderna podría no haber existido. Para Mitre, la política Argentina no es más que un combate épico entre Civilización y Barbarie cuyo destino inexorable es el de “salvar al país”. Ese elitismo resultará peligroso en términos políticos dado cierto exclusivismo y de un claro desdeño frente a las masas populares. Los porteños mitrista se decían herederos de Mayo; y sólo Mayo refleja la voluntad popular. El pueblo (la “gente decente”) como minoría inteligente afirmaba el perjuicio antipopular. Nicolás Shumway. La invención de la Argentina. Historia de una idea. Traducción de César Aira. Grupo Editorial Planeta, 2015, (pág. 225).-  

2 –  J.E. Spilimbergo señalaba que no hay que colocar a la Nación por encima de la historia. El nacionalismo no ha logrado explicar ¿qué es la nación? Nada que se pretenda eterno puede ser definido. No la puede explicar porque la transforma en categoría eterna, a-histórica. Ninguna batalla contra el imperialismo permitirá victorias perdurables.  

Las opiniones expresadas en esta nota son responsabilidad exclusiva del autor y no representan necesariamente la posición de Broquel.

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