Por: Marcela Barbaro* Imagen: Antonello Nusca
El cine es un espejo de su tiempo. Narra la historicidad de su pueblo a través del registro testimonial de una realidad que debe deconstruirse con el espectador. La interdependencia entre cine y tiempo genera producciones que dialogan con el contexto histórico y apelan a agudizar la mirada sobre el mundo.
Ese compromiso estuvo representado en nuestro país, por el recientemente fallecido Fernando Pino Solanas, quien hizo a lo largo de una vasta y prolífica trayectoria, una crónica cinematográfica de la realidad Argentina y de Latinoamérica, como ningún otro.
En consonancia con el albor revolucionario de los sesenta y setenta que bregaba por la emancipación de las fuerzas hegemónicas que dominaban la región, Solanas supo que el cine sería una medio para la liberación, y así nació una obra ejemplar como fue el film-ensayo La Hora de los Hornos (1968) -codirigida con Octavio Getino-, y exhibida de forma clandestina durante la dictadura del Gral. Juan Carlos Onganía (1966-1970).
“Salimos a filmar como si la película fuera un cuaderno y la cámara una lapicera”, decía Pino. Un estilo de filmación que iba en contra de los modelos hegemónicos establecidos por el sistema, y que permitió la formación del Grupo Cine de Liberación al que se sumó Gerardo Vallejos, desde donde ejercieron un cine político, revolucionario y transformador.
La escritura fílmica del grupo conlleva una concepción estética e ideológica sobre lo que ellos denominaron El TercerCine, manifiesto que escribieron en 1969. En sus páginas, proponían un cine latinoamericano que deje de ser espectáculo para transformarse en instrumento político que opere sobre la realidad. Un cine que permita desenmascarar las formas dominantes y opresivas del sistema neoliberal, dando luz a los que han quedado relegados y oprimidos.
Para Solanas “el desafió de todo artista latinoamericano cuando hace cine, está en inventar formas y lenguajes que permitan expresar de manera más cierta nuestra realidad y la expresión del hombre latinoamericano argentino”.
Esa fusión de lenguajes y formatos se erigió como un modelo formal del cine documental en los países periféricos, y funcionó como herramienta discursiva orientada a la concientización y participación del espectador frente a lo dado. Un cine que apela a la reacción, porque sin ella, no habrá un cambio posible.
A ese gran inicio de su carrera cinematográfica con La hora de los hornos, seguirá un cine militante expresado en Argentina, Mayo de 1969: los caminos de la liberación (1969); Perón, La revolución justicialista (1971); Perón: Actualización política y doctrinaria para la toma del poder (1971) y Los hijos de Fierro (1975).
El golpe militar de 1976 llevó a Fernando Solanas al exilio donde se volcó a un período de ficción más nostálgico, reflexivo y metafórico: Tangos, El exilio de Gardel (1985), Sur (1988), El viaje (1990-92).
Su regreso al país, lo conectaría nuevamente con el documental, demostrando ser un autor que se mantuvo frente a ese espejo, ante el cual expuso la crisis argentina del siglo XXI, a través de una serie de documentales que abarcan distintos temas, y conforman el tercer período de su filmografía. Memoria del Saqueo (2004), La Dignidad de los Nadies (2005), Argentina Latente (2007), La Próxima Estación (2008), Oro Impuro (2009), Oro Negro: Tierra Sublevada (2011) y La Guerra del Fracking (2013) y Viaje a los Pueblos Fumigados (2018).
De esa última etapa, elegí Viaje a los Pueblos Fumigados, que da la luz a un conflicto gravísimo a nivel ambiental, ecológico y sanitario. Y pone en agenda un tema sensible y preocupante: la contaminación ambiental por las fumigaciones con agrotóxicos sobre los alimentos que ingerimos.
Rodada a sus 82 años, y presentada en números festivales internacionales, la producción del octavo film que integra esa “saga documental”, duró varios años de investigación.
El realizador fue recorriendo siete provincias argentinas, partiendo desde el Norte del país. De cada lugar, tomó diversos testimonios sobre la expansión del modelo agropecuario en base a transgénicos (sustancias químicas y agrotóxicos). Estos productos, no favorecen ni al campo ni a los pequeños o mediano productores, sino a las empresas multinacionales, como Monsanto, las cuales aumentan su rentabilidad y capacidad de exportación de granos, carnes y alimentos a gran escala. La ganancia se hace a costa de contaminar el agua con desechos tóxicos, del desempleo, la deforestación y las inundaciones.
La permanente fumigación del suelo para mantener en alza la producción, no tiene en cuenta a la población, lo cual provoca severas malformaciones en las embarazadas, graves problemas de salud a los pobladores y varias muertes por contaminación.Para demostrar los efectos del uso del glifosato lanzado desde los aviones, el mismo director se somete, en primer plano, a un análisis clínico para determinar si su sangre está contaminada.
“La más inocente ensalada, dice Solanas, ha sido rociada con 10 a 15 pesticidas y no hay control. La publicidad “vende” los alimentos por lo que aparentan y no por lo que son. Se compra por lo que se ve y se consume sin saber lo que se come. Aunque se coma en casa, el peligro de contaminarse existe porque nadie sabe qué está comiendo ni cómo o con qué se hizo”.
Divido en diez capítulos temáticos, Pino Solanas construye un relato clásico desde lo formal, con imágenes en gran angular de las plantaciones (soja, cereales, hortalizas), de los pueblos rurales y las taperas despobladas, que va acompañando la narración con su voz en off. Con cámara en mano, se entrevistan a distintos especialistas que profundizan sobre los daños y también sobre los mecanismos alternativos. También da lugar, a testimonios de los damnificados, entre ellos, miembros de la comunidad indígena de los wichis, que denuncian la desprotección y el despojo de su tierra, sin ningún tipo de compensación ni respeto a sus raíces. Un crudo alegato a la cultura ancestral.
La gravedad de la situación, da cuenta de la falta de control y regulación sobre el tema, que no sólo deja secuelas en las tierras rociadas con fungicidas, sino que trae problemas de salud a los trabajadores del campo. La misma desregulación también permite la constante explotación del monocultivo de soja, que enriquece rápidamente a sus propietarios, arruinando la fertilidad del suelo.
Viaje a los pueblos fumigados apela a la concientización de un espectador que no puede ni debe ser ajeno al tema, al contrario, el documental lo va involucrando en la problemática. Desde su título, la película remite nada más y nada menos que a la “extinción”.
El documental no se queda sólo en el conflicto, sino que expone e instruye sobre las diversas alternativas que fueron surgiendo como solución a partir de investigaciones, libros y programas educativos. También refleja la eco-agricultura dedicada a producir alimentos orgánicos y saludables a cargo de asociaciones, colectivos ecologistas y emprendimientos independientes.
Sin dejar de lado la esteticidad visual que lo caracterizaba, Pino se vuelve un interlocutor- denunciante de un Estado financiado por la soja, que carece de soberanía alimentaria, como expresaba su voz en off. Hacia el final de la película, un collage de imágenes de los actores políticos -que el autor mira como responsables-, invita al espectador a reaccionar frente al ninguneo e irresponsabilidad de quienes deberían cuidar a su pueblo y bregar por el bien común de cada argentino.
Solanas fue un cineasta fiel a si mismo y a su compromiso ideológico, que impulsó un cine en permanente reelaboración; un cine de la resistencia que cuestionó los sistemas de representación, los códigos, la estética y el discurso único que utilizan los países dominantes.
Con este pequeñísimo homenaje, apenas un acercamiento a su inmensa obra, despedimos a un hacedor de nuestra cultura y de la política argentina. Hay un cine antes y después de Fernando Pino Solanas.
Viaje a los Pueblos Fumigados, Argentina, 2018
Dirección: Fernando Solanas / Guion y relatos: Fernando Solanas
Dirección de fotografía y cámara: N. Sulcic, F. Solanas / Montaje: J.M. Del Peón, J.C. Macías, A. Ponce, N. Sulcic, F. Solanas /Edición de color: Juan Solanas /Música original: Mauro Lázzaro/ Dirección de sonido: Tomás Bauer / Duración: 98 min.
*Lic. En Relaciones Públicas. Crítica cinematográfica y profesora de Historia del cine.
Las opiniones expresadas en esta nota son responsabilidad exclusiva de la autora y no representan necesariamente la posición de Broquel.
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