“Quizás un posible legado para pensar su paso como funcionario sea apostar a ese Estado que nos permita imprimir también en sus resquicios un espíritu libertario capaz de inventar las nuevas herramientas que se tornan fundamentales para encarar esta nueva realidad que un mundo cambiante nos propone”.
Por: Juan Manuel Ciucci
Son muchos los recuerdos que en estos días hemos encontrado en medios y redes sociales, en clases virtuales y en actos culturales. Su legado se vuelve múltiple, dada la bastedad de su obra pero también los múltiples intereses que lo atraparon durante toda su vida. Horacio González excedió por mucho el canónico rol de intelectual en nuestras sociedades, tanto por su actividad militante como por su voluntad por aportar a otra forma de entender la educación académica y el mundo revisteril/bibliográfico.
Pero en este texto quisiéramos retomar una de sus enseñanzas más prácticas, si se quiere, pero que sin embargo nos ofrece tramas teóricas para repensar nuestro modo de habitar el Estado. Para eso podemos retomar un texto muy interesante de Mariana Casullo en la revista El río sin orillas, donde sin eufemismos nos presenta una de las mejores definiciones del espíritu de Horacio al frente de la Biblioteca Nacional (BN). “Un funcionario libertario”, titula la nota Casullo retomando una frase que él le dijera en la extensa entrevista publicada en la revista. Y nos entrega así una fórmula que podría parecer a primera vista un oxímoron irrefutable, y que sin embargo nos muestra los pliegues de una acción cultural que como Director de esa institución González llevó a límites que parecían insospechados.
En un contexto en que suele entenderse a la función pública en términos que impliquen una relativa monotonía que garantice la funcionalidad y que a la vez nos imponga los menores imprevistos posibles; González llevó adelante un accionar político y cultural en la BN que muchas veces tensionó sus propias posibilidades e incluso le trajo malestares con algunos otros sectores del Estado. Ese riesgo no era asumido en pos de una improvisación ni de un entorpecimiento del trabajo de otres, sino que fue la posibilidad de impulsar desde su lugar dentro de la estructura estatal los debates que muchas veces consideró imprescindibles. Su espíritu libertario le permitía comprender esas posibilidades, esos huecos dentro de la administración pública desde donde era posible proponer acciones que escaparan a lo esperable, y pudieran permear la relación entre el Estado y la sociedad.
“El presente se garabatea armando lazos con aquellas oscuras astillas adormecidas que brotan de la memoria autobiográfica para liberarlas, exponerlas e interpretarlas de nuevo ante el recelo de ese presente, que sabe que quizás pueda suscitar una inesperada recuperación”, dice Casullo al repensar a González. Fue también desde esa historia personal desde donde pudo llenar de diversas lecturas esa BN que lo cobijó, potenciando con su propio recorrido como lector los debates que podían habitarla. Y es un posible recorrido para todes, no olvidando el camino que nos ha llevado hasta el Estado, entendiendo que ese trazo biográfico potenciará la acción estatal, incluso tensionándola.
Quizás un posible legado para pensar su paso como funcionario sea apostar a ese Estado que nos permita imprimir también en sus resquicios un espíritu libertario capaz de inventar las nuevas herramientas que se tornan fundamentales para encarar esta nueva realidad que un mundo cambiante nos propone. Y quizás sea alejándonos de los dogmas y de los lugares comunes la única posibilidad que nos quede para enfrentar el indescifrable porvenir que se nos aproxima. Una voluntad libertaria que nos torne creatives a la hora de ocupar nuestro lugar en la dura batalla por defender los intereses y los derechos del Estado. Será por eso que el pensamiento y la acción de Horacio González se nos ocurren hoy imprescindibles, y seguirán interpelándonos por mucho tiempo a la hora de imaginar nuestro mañana.
* Director Revista Broquel
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