OPINIÓN

Néstor, el obrero de la igualdad

Por: Pedro Mouratian 
Imagen: Redes de Cristina Fernández de Kirchner  

“Creo que hay que verlo más allá de las políticas públicas que implementó, que cambiaron esos viejos paradigmas y que lograban atender el eje de demandas ciudadanas y corregir las zonas donde se reproducían y por lo tanto persistían las desigualdades sociales estructurales. Esas políticas nos devolvieron la capacidad de pensar, de sentir y de luchar; de construir sociedades más diversas y plurales, donde la dinámica de reconocimiento de los grupos vulnerabilizados dejaron atrás la visión dominante, que históricamente había intentado subsumir bajo las formas de meras diferencias culturales, las situaciones de marginalidad y la exclusión”.

La historia de nuestro país está llena de hechos disruptivos que tuvieron como desenlace grandes cambios sociales, políticos o económicos. Los mismos fueron producto de demandas no resueltas, derechos no reconocidos o avasallamientos a la democracia con la consecuente violación a los derechos humanos. Todos ellos partían de una correlación de fuerzas de diferentes sectores populares, con conciencia de clase y pertenencia, y de profundas convicciones políticas.

Historiando las últimas décadas podríamos afirmar que las políticas neoliberales que dejó la última dictadura incrementaron de modo explosivo el endeudamiento externo y la fuga de capitales, produjo la quiebra de bancos y la estatización de la deuda privada, con una extremada regresividad distributiva, concentración del capital, arcas públicas vacías y acrecentamiento de la pobreza.

En ese contexto económico y social se produjo la recuperación de la democracia en 1983, la presidencia del Dr. Raúl Alfonsín y el enjuiciamiento a los responsables de la más cruel y genocida dictadura que padeciera la Argentina, ratificandose el rol de la inmensa mayoría del pueblo argentino de ser parte actora en la construcción de una nueva realidad que abría paso a la esperanza y se expresaba desde el movimiento sindical, los organismos de derechos humanos, los partidos políticos o los ámbitos de la cultura, entre otros. El regreso a la democracia constituyó una gran apertura política, pero también puso en agenda los reclamos sociales que durante años estuvieron relegados y plagados de censura. Durante los primeros años de la restauración democrática, se situó a la cultura como mecanismo de restablecimiento del tejido social devastado durante la última dictadura.

Tuvimos, a pesar del esfuerzo, una recuperación democrática difícil debido a las dificultades económicas y amenazada por sectores civiles y militares que obstaculizaban las transformaciones que el sistema democrático debía enfrentar.

La gravedad de la crisis de 1989 con un pico inflacionario que impactó negativamente sobre la población, dio lugar a la implementación de un sistema neoliberal profundo, autodenominado de “modernización” económica, que estuvo acompañado de políticas culturales y sociales que permitieron implementar reformas estructurales tales como la flexibilización laboral, la privatización de empresas públicas y la desregulación de bienes y servicios; reformas propuestas por el Consenso de Washington.  

El sindicalismo combativo, junto a las organizaciones sociales, resistieron desde un lugar de marginalidad en cuanto a participación democrática a la reforma laboral y el ajuste fiscal con diversidad de resultados en sus embates de antagonismo político. En esos conflictos se hace presente una nueva configuración cultural, en que las luchas sociales y culturales disputaron los sentidos de verdad social y política.

Si bien estos gobiernos fueron elegidos por el voto popular, la política económica fue de profundización de condiciones favorables al sistema financiero que adquirió predominancia sobre el sector productivo; destrucción de la industria nacional, apertura del sistema comercial y de ajuste en los precios del mercado interno que pauperizó los salarios. El modelo cultural de aquella etapa resultó ser la de la lógica empresarial con rentabilidad cuantificable en menoscabo de actores culturales emergentes. Esta concepción entrañaría violencia simbólica que presuponía que los colectivos vulnerados eran incapaces de producir cultura y solo debían recibir productos gestados bajo el modelo hegemónico. El desprecio hacia las sectores populares, generarían dependencia del mercado y una acción recolonizadora en cuanto albergaba el propósito de abandono de la reflexión política.

A ese contexto de debacle económica, política, institucional, cultural y social del pueblo argentino deberíamos sumarle la emocional, sin la cual nada de todo lo anterior hubiera sido posible. La desvalorización a la que se había sometido al pueblo mediante la ruptura de la creencia del valor de las luchas populares y colectivas, había dejado fracturada la conciencia de lo posible. Solo al inicio de este milenio, la cohesión del reclamo de los sectores medios y bajos, diverso en su origen, pero con un mismo destinatario, puso al pueblo nuevamente en las calles; pero mucho más por desesperación que por convicción.

Así, en medio de esa crisis profunda y devastadora surgió la figura de Néstor Kirchner. Tan desconocida como esperanzadora, quien fiel a su enorme capacidad de “obrero de la política” logró reconstruir un escenario donde el interés colectivo y los derechos de las grandes mayorías pasaron a ser el eje de la agenda pública. Néstor, como lo recuerdan y lo recordamos, entendía que solo partiendo de la defensa de lo colectivo se podía dar lugar a la reinserción y al crecimiento individual. Literalmente lo opuesto a las recetas neoliberales que habían roto ese tejido social, que otrora supo ser valorizado, y la economía nacional.

Pero creo que a Néstor hay que verlo más allá de las políticas públicas que implementó, que cambiaron esos viejos paradigmas y que podría enumerar como una síntesis de su gestión de gobierno. Esas políticas, que Cristina Fernández de Kirchner profundizó y amplió, y que lograban atender  el eje de demandas ciudadanas y corregir, a través de respuestas institucionales de carácter inclusivo, las zonas donde se reproducían y por lo tanto persistían las desigualdades sociales estructurales. Esas que han sido el medio para quebrar políticas de exclusión social y dependencia, y que dejaron algo más que el ascenso social o mejores condiciones de vida en nuestro pueblo; esas políticas nos devolvieron la capacidad de pensar, de sentir y de luchar; de construir sociedades más diversas y plurales, donde la dinámica de reconocimiento de los grupos vulnerabilizados dejaron atrás la visión dominante, que históricamente había intentado subsumir bajo las formas de meras diferencias culturales, las situaciones de marginalidad y la exclusión.

Pero no está ahí solo su grandeza como hombre de Estado. Es algo mucho más profundo. Es algo que tiene que ver con la posibilidad de? que la sociedad toda pueda expresarse en sus deseos, en sus necesidades y en sus sueños. Revalorizar y transformarnos en sujetos de derechos, individuales y colectivos. Así, aún aquellos que no compartían su pensamiento, e incluso lo combatían, hoy hacen gala de esos derechos que no forman parte de su “ADN de clase”, siempre imbuído de privilegios y marcado por una concepción negativa de la otredad.

Néstor acuñó aquello de lo posible, cuando el convencimiento es medular en la decisión tomada. Su convicción por promover los derechos humanos como política de Estado, le dieron marco a una de las leyes más sentidas en lo personal, que tiene que ver con el reconocimiento del Genocidio perpetrado contra el pueblo armenio entre 1915-23, y que a la luz de los ultimos acontecimientos adquiere una vigencia que revaloriza aún más su compromiso por su sanción y posterior promulgación.

Néstor supo interpretar a su pueblo, lo entendía y se enojaba frente a la inequidad y la injusticia. No fue uno más, ya no era suficiente democratizar el país, lo importante era la democratización de nuestra sociedad, un imperativo ético que garantizase un modelo de desarrollo con inclusión y justicia social.

Retomo para finalizar las justas palabras del Dr. Zaffaroni refiriéndose a Néstor Kirchner “toda obra humana es perfectible, pero desde las limitaciones que nos impone la proximidad temporal- y dejando de lado cualquier factor emocional- podemos afirmar que, fuera de todo partidismo, existen méritos suficientes para que quienes, en el futuro, dispongan de una mejor y más amplia perspectiva, ponderen la gestión de Kirchner como una ruptura con el itinerario tortuoso que la precedió.

* Ex interventor del INADI

Las opiniones expresadas en esta nota son responsabilidad exclusiva del autor y no representan necesariamente la posición de Broquel.

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